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Era invierno. Recordaba muy bien esta temporada por el intenso frío que calaba hasta mis huesos. Todo el cuerpo me temblaba. Las bufandas, abrigos y guantes no hacían justicia en mi complexión delgada.
Las estaciones de tren estaban saturadas, era una noche muy pesada. La gente quería llegar a casa, también me incluía.
Estaba agotado. Las clases fueron cansadas. Mi cabeza dolía mucho y lo único que planeaba al llegar a casa, era tomar algún medicamento y caer en cama.
Tomé asiento cerca de la parada, recargándome contra la pared y abrazando mis piernas, buscaba brindarme algo de calor.
Por infortunio, entre más ansiábamos llegar a nuestros hogares, los imprevistos estaban latentes.
El último tren se retrasó. Al finalizar el anuncio, la multitud se quejó. No hice más que suspirar y aferrarme un poco más para mantener el calor.
Cerré mis ojos tratando de ignorar la bulla que se escuchaba por toda la estación.
«Ojalá pase rápido» me animé suspirando. Me estresaban los días así.
ㅡ¿Te sientes bien?
Una voz tranquila se hizo presente. Estaba cerca de mí, inmediatamente, alcé la mirada encontrándome con un chico; me observaba curioso, ladeando su cabeza de un lado a otro.
ㅡMmm, sí. Gracias por preguntar ㅡle sonreí con amabilidad.
ㅡ¿Estás seguro?
ㅡSí, gracias.
El chico no pareció creerme porque de repente, inclinó el dorso de su mano derecha hacia mi frente, apartó unos mechones de mi cabello con suavidad y al sentir su tacto sobre mi piel, di un brinco ante tan gélida sensación.
ㅡFiebre no tienes, pero no te ves bien.
ㅡEstoy bien ㅡreí nervioso por el atrevimiento ajenoㅡ. No hay de qué preocuparse.
ㅡNo estoy preocupado ㅡsoltó un bufido escondiendo ambas manos en los bolsillos de su gabardinaㅡ. Era solo curiosidad.
El azabache retrocedió unos pasos lejos de mí y enderezó su cuerpo.
ㅡMucho mejor, puedes retirarte ya ㅡuna vez más, sonreí con amabilidad, volviendo a ocultar mi rostro entre mis piernas.
Y entonces soltó una peculiar «risita» que me desconcertó. Dirigí curioso mi vista hacia él, fue cuando aprecié lo amistoso que lucía. Posiblemente, era uno o dos años menor que yo, pero su comportamiento tan confiado parecía ser igual ante todos. Traté de ver a través de la gabardina su uniforme, tal vez y era de la misma institución que yo, aunque lo dudaba mucho. De ser así, lo hubiese reconocido.
ㅡ¿Qué te causa gracia? ㅡinquirí extrañado.
ㅡNada ㅡllevó ambas manos a sus cabellos y los revolvióㅡ. Solo que eres la primera persona que no me mira o reacciona mal cuando me acerco a preguntar si están bien.
ㅡ¿Ah? ㅡnegué con la cabezaㅡ ¿Así que es común de ti hacer esto?
ㅡDe todos los días ㅡadmitió con una sonrisa.
A pesar de presenciar ese gesto a una distancia considerada, percibí demasiada honestidad. No era la usual sonrisa que se brindaba después de bromear o decir algo con orgullo, era triste; tras verla, mi corazón se estrujó irremediablemente y quizá lo demostré en mis expresiones faciales, puesto que, en seguida, trató de cambiar el gesto marcado en sus labios, sin embargo, se vio más forzado.