Maru.
Le asignó ese nombre con la misma genuinidad con la que el gorrión remonta el vuelo, las hojas se disfrazan en otoño o la lluvia se organiza en gotas perfectas. Del mismo modo que ella lo aceptó, como si no fuera gran cosa —aún no sabía que, con él, las pequeñas cosas eran las más grandes—. Se resignó al nombre cual pececito nadando en la pecera de su dueño.
Era un hecho sabido por sus compañeros: Bakugou ponía motes desagradables a todo ser viviente con el que se cruzara. Ella no era menos viviente, pero sí que era algo distinto —tenía que serlo—, pues, ¿por qué «Maru»? No hay, exactamente, nada de malo en el término. De hecho, el 'círculo' ha sido siempre de una importancia magnánima en la filosofía oriental. La vida es ciclo de reencarnaciones, de ahí el cuidado hacia los objetos de su cultura. Porque el círculo estaba en todo lo que es existencia y, además, encarna la esencia de las cosas. Cosas inaprensibles, como el círculo. Tampoco podía olvidar el sumo valor estético que posee, supraterrenal incluso, haciéndose símbolo de perfección divina en algunas representaciones. Era apropiado, asimismo, en las designaciones concernientes a la luna —no hay otra dama en la noche más predispuesta a besar la Tierra que la luna—. La luna, la luna, la...
Pero era obvio que esta dirección de pensamientos no era la que Bakugou siguió al darle aquella palabra. Algo debe de decirle Uraraka, como ser, para que Bakugou decida que con ese nombre puede diferenciarla del resto de seres. ¿Qué era? ¿Por qué ese término?
Ninguna de estas reflexiones podía coincidir con las que Bakugou haría en el torneo. Es decir, cuando le puso tal nombre, entre todas las palabras posibles. Y es que, lo mismo la llamaba Maru que:
—¡Eh! ¡Cara Bollo! Deja de meter mano a mi helado.
Y es que el lenguaje era un tramposo. Lo mismo, él sólo estaba señalando —recalcando— la redondez de su faz. Ningún misterio para nadie: Uraraka era una muchacha con grasa de bebé en la cara y curvas en los arecifes de su cuerpo. Curvas las cuales, a pesar de su entrenamiento, se resistían a marcharse. No tenían por qué hacerlo —bien se encargaba ella de alimentarlas con mocchi—.
—Que no me llames así.
O, lo mismo, Bakugou quería decir algo más. Y no se refería sólo a ese aspecto de ella —Uraraka como persona con curvas—, sino a otra cosa —Uraraka que es luna, Uraraka que es infinita y sobrepasa, Uraraka que dignifica el arte, Uraraka que suspira eternidad, Uraraka que...—.
—Te llamaré como me salga de los huevos.
Olvídalo.
La castaña alza el mentón, desafiante. Acaba de terminar de tragar la cucharada de helado que ha conseguido arrebatarle. Y está orgullosa. Así que, opta por el desafío. Porque hay un fuego que le arde en la punta del vientre, como dibujando líneas por su ombligo. Porque el corazón se le sube por las entrañas para recoger todo el valor que su pequeño cuerpo puede sostener. Porque no hay manera de contener una rebeldía sin usar. Descubre, maravillada, que la rebeldía tiene un sabor... a dulce turrón.
A Bakugou le gustaba el helado de turrón.
—Creo que tendrías que agradecer mi presencia aquí. He dejado a mis amigos esperándome en la sala de estudio por esto, ¿sabes?
El aludido entorna los ojos y levanta un poco el labio—Uraraka, definitivamente, no está mirando sus labios, no señor— en lo que parece una sonrisa. 'Parece', porque las sonrisas no suelen contener el acero de las navajas o la promesa de los colmillos de un tigre. Pero la suya, por alguna razón, tiene todas esas cosas y más.
Lo cierto es que, aunque ella haya descubierto su nueva faceta testaruda, este es un arte que Bakugou lleva dominando años.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—Pues que esperen.
Lo dice con la suficiencia de un rey. Como si no hiciera falta más que eso para que los demás hagan como él quiere.
¿En qué momento aceptó Uraraka esa invitación? ¿Cuándo creyó que era una idea aceptable? Bueno, si podía llamarse invitación a lo que había ocurrido. Pues, técnicamente, esto no era una invitación en absoluto.
Uraraka volvía a la sala de estudio con un café para llevar. No había tenido tiempo de tomárselo en la cantina, porque sus amigos habían comenzado la sesión de estudio antes de lo usual. Nada fuera de lo común: simplemente, lo tomaría con ellos en la sala.
Sin embargo, Uraraka —siendo Uraraka— y Bakugou —siendo muy-poco-Bakugou— tropezaron en el pasillo sin una pizca de elegancia. De modo que todo el café caliente acabó manchando la ropa de ambos. Y, por alguna razón, Uraraka expresó sus primeros pensamientos.
—Ahí va mi merienda.
Entonces, con la misma elocuencia de un erizo —es decir, ninguna—, Bakugou masculló entre dientes que él podría comprarle otra cosa. Uraraka rechazó la oferta, avergonzada. Sin embargo, repitió su propuesta de un modo que dejó de parecer una propuesta para asemejarse a una orden.
Lo más hilarante ocurrió cuando, convencida de que irían a la cantina, comenzó a caminar en esa dirección.
—¿A dónde vas?
Su voz, que había recuperado la exigencia y el volumen que la caracterizaban, la detuvo al instante. Confundida, se volteó.
—A la cantina.
Bakugou ya estaba dirigiéndose a la puerta de la academia al responderle chasqueando la lengua.
—¿Crees que compro yo en ese antro de mierda? Si voy a gastar mi dinero, lo gastaré en algo que no den ganas de vomitar.
A Uraraka nunca le había producido náuseas el café de la cantina. No obstante, apenas pudo balbucear una queja conforme lo seguía al exterior. Y él, a pesar de haber iniciado un ritmo veloz, fue aminorando su marcha al tiempo que salían del edificio.
Y puede —sólo puede— que Uraraka se preguntase entonces por el mote. Por «Maru». Porque de todo lo que no es inefable, había elegido esa palabra en concreto para definirla, para resaltarla en el mundo. Porque para eso son los nombres, al fin y al cabo.
Está tan ensimismada que no se percata de que Bakugou está aproximándose a su helado hasta que es tarde. Con sublime insolencia, lo ha lamido. La joven emite una especie de chillido a modo de respuesta, dado que es una persona civilizada y madura. Mira entonces al culpable de tal cosa, que ha adquirido un semblante serio mientras continúa con su propio helado. Como si no hubiera roto un plato en su vida, el muy cerdo.
—¡¿A qué ha venido eso?!
—¿El qué?
Uraraka entorna los ojos, indignada.
—Sabes a lo que me refiero.
—No.
—Bakugou.
Esos ojos rojos la paralizan en el sitio en cuanto deciden acorralarla, propiciándole una punzada justo en el pecho. Uraraka se halla, de nuevo, balbuciendo incoherencias cuando aquella sonrisa lobuna le contesta:
—Dime, Maru.
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Modelo para amar
Fanfiction«¿Qué será el amor? Las personas tienen derecho a enamorarse de otros, no a que los demás las amen. Que yo estuviese enamorada de [él] no significaba que [él] tuviese que estar enamorado de mí. Aun sabiéndolo, me disgustaba que no me quisiera tanto...