Capitulo I

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-I-

El sonido de las gotas de sangre sobre el metal de su nave le resultaba irritante, el parásito se removía en sus adentros más profundos alimentándose de esa ira, haciendo que los efectos de esta sobre el anillo se intensificaran.

En su trono hecho a medida de su poder y magnificencia, Dáskalos hacía resonar la punta de sus dedos en perfecta sincronía con los pasos tambaleantes de su juguete favorito, algo se había roto en ella y se notaba en el perfume resultante de su sudor y sangre mezclados, un aroma de fracaso, de vergüenza y odio que dibujó en su cara el remedo asesino de una sonrisa.

Eléntari jadeó, al borde del sollozo y cayó de rodillas ante su maestro que observaba atentamente desde el trono, ahora con la mano del anillo acunando su cabeza, como si el objeto le hablara en secreto.

-No quise...

Dijo Eléntari pero un suspiro de molestia le forzó a detenerse, Dáskalos puso los pies en el suelo y se afirmó en su trono.

-Bienvenida, pecado de la Lujuria... O lo que queda de ti, mi pequeña Elén.

El hombre que dirigía Telu era enorme, cuando se paró, su invitada tuvo que levantar mucho la mirada para verlo permitiendo que él pueda leer sus ojos en busca de esa deliciosa mezcla entre deseo y temor que siempre había logrado apaciguar sus impulsos más despiadados, sin embargo todo lo que vive muere y así mismo hasta ese rasgo había muerto en Eléntari que ahora tomaba su larga mano con una firmeza extraña, desagradable.

-No conté con los refuerzos, además Stolas tuvo que intentar lucirse como siempre y...

El golpe no la tomó por sorpresa pero la aturdió por un momento antes de arder ferozmente a lo largo de su rostro. A pesar que su oído izquierdo zumbaba pudo oír la voz de su comandante claramente.

-Tenía que premiar tu informe de alguna manera, a pesar de que no te lo he pedido ya que un pajarito me lo contó todo.

Las palabras que Dáskalos decía eran el reflejo exacto de su desprecio e ira y aunque ansiaba desatarlo por completo, necesitaba que ella supiera lo indigna que era ahora para su señor.

-Vienes a MI casa, sin nada más en las manos que tu sangre y lágrimas ¡¿Y PRETENDES SIQUIERA RESPIRAR SIN MI PERMISO?!

Eléntari abrió la boca de par en par intentando contener el grito de dolor cuando Dáskalos le hundió el pulgar de su mano menos hábil en la herida del hombro y apretó con fuerza llegando hasta el hueso.

Su conciencia por instinto buscó adormecerla con un desmayo pero él o más bien su anillo la mantuvo lúcida mientras el dedo rascaba en su carne las disculpas que ella no podría dar con palabras.

-¿Qué lugar te mereces aquí si hasta este hueco deja en verguenza tu título de Lujuria?.

Continuó él permitiéndose bajar el tono, casi distraído por el tacto curioso de la herida. Eléntari ferviente de dolor y rabia sintió que todo lo que había sido hasta hoy se derrumbaba con esa humillación, por encima de sus cabezas, creyó oír unos aplausos sarcásticos y cuchicheos pero su mente estaba demasiado centrada en Dáskalos,en lo que había tras su máscara o mejor dicho en lo que no estaba allí.

El grandioso comandante de Telu que había conocido, respetado y por el que habría dado la vida era una masa palpitante de pretensiones vacías que poco tenía que ver con la gloria que decía buscar. Dáskalos habló nuevamente.

-Pero mírate, débil y patética. Derrotada... Rota.

Con los dedos manchados de sangre, él le acarició la mejilla y luego la tomó del cuello estrangulandola. Eléntari intentó zafarse del agarre pero Dáskalos la levantó fácilmente a unos cuantos centímetros del suelo, aun bajo el casco podían verse sus ojos ardiendo de furia en un aterrador contraste con su voz.

Night Watchers. The voidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora