Segundo.

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Ese momento cuando alguien, alguien más, alguien ajeno a ti y a tu vida, le dice a tus padres que tienes baja autoestima y depresión. 

Y empiezas a llorar, empiezas a llorar no porque se enteren, si no por impotencia, por vergüenza ajena, porque alguien más tuvo que abrirles los ojos, hacerles ver que estaban mal. Llorar porque tu nunca pudiste decírselos porque te sentías insegura acerca de lo que te dirían, porque querías hacerte pasar por alguien fuerte, alguien segura y alguien completamente feliz con lo que tenía.

Pero que tus padres se enteren no es lo peor, lo peor viene después, cuando tu madre se queda callada y tu padre entra en modo negación.

''¡Pft! ¡Claro que no! ¿Sabe usted cuantas veces ella se ve al espejo y dice: ¡Que guapa me veo!?'' Dice él.

Sonríes, comienzas a sonreír ahogándote con tu llanto. Y esa persona ajena es la única que lo nota.

Y recuerdes todas y cada una de esas veces que terminaste de arreglarte, te viste en el espejo y te dijiste en voz alta lo guapa que te veías, no por vanidad, si no para sentirte bien contigo misma, para subirte un poco el autoestima, para obligarte a creer que de verdad te veías bien.

Luego tu madre asiente. Pero no le asiente a tu padre, le asiente a esa persona desconocida, aceptando la idea de que su hija tenga baja autoestima y depresión.

Entonces no queda nada más que llorar en silencio, ahí, enfrente de esas tres personas, perdiendo todo tu orgullo, todo tu semblante de persona fuerte e indestructible. Pensando en cómo esa persona pudo darse cuenta, en unas pocas visitas, que la felicidad mostrada era una fina capa exterior; pensando en cómo tu padre puede ser tan ciego; pero sobre todo, pensando en cómo tu madre, aun sabiendo la verdad, pudo quedarse sin hacer nada, dejando a su hija hundirse sola en sus propios e incomprensibles problemas, aun cuando ella misma la metía en ellos.

¿Quién?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora