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Abrió la puerta de su casa, dejando su abrigo colgado en el perchero que se encontraba a unos pocos pasos.
—¿Ana? —llamó a su esposa, mientras dejaba las llaves del auto sobre el pequeño mueble cerca de la entrada.
—En la cocina cariño.
Sonrió y caminó por el pasillo hasta el lugar donde la pelirroja dijo que se encontraba.
Apenas entró en la habitación, la vio al lado del fregadero, cortando algo, su vestido de seda cubierto en la parte delantera por un bonito delantal de flores. Su cuerpo se movía lentamente al ritmo de la canción que sonaba por la radio, el moreno sonrió enternecido al ver esa escena.
—Hola amor —la saludó, acercándose a ella y abrazándola por la espalda.
—Hola... ¿qué tal el día? —preguntó, tomando las manos de su esposo que se encontraban sobre su vientre.
—Fue realmente agotador. ¿Cómo están tú y esta pequeña?
Volteó delicadamente a su esposa y se agachó a la altura de su vientre que apenas y sobresalía un poco, dejando un beso en él.
—Mejor ahora que estás aquí —sonrió, acariciando el cabello de Thiago—. Y aún no sabemos si es una niña cariño.
—Pues yo estoy seguro de que sí. Será una niña igual de hermosa que su madre.
—Me gustaría que fuera igual a ti.
—No... , quiero que tenga el color de tus cabellos...
—Yo quiero que tenga tu sonrisa...
El moreno se levantó, haciendo notar la diferencia de altura entre ambos y dejó un delicado beso en la frente de la pelirroja.
—¿Qué te parece que sea una perfecta combinación de los dos? —susurró, antes de besar los labios de Ana, quien gustosa, correspondió al beso.
—Esa idea me gusta —dijo, cuando separaron sus labios.
—¿Qué preparas?
—Pues, la cena —el moreno rió.
—Graciosa.
—Estoy intentando una nueva que receta que me ha dado Pietro.
—¿Quieres que te ayude? —la pelirroja estalló en una carcajada—. ¿Qué es tan gracioso señora Kunst?
—Nada señor Kunst —ella sonrió divertida—. Y no se preocupe, puedo encargarme de todo aquí en la cocina, usted si quiere puede ir a ducharse, no quiero que nos quedemos sin casa.
El moreno la miró ofendido.
—Voy a fingir que tú no dijiste eso —ella acarició su mejilla— ¿Estás segura de que no quieres ayuda? —insistió.
