El timbre del receso resuena irritante en el salón de clases cogiéndome por sorpresa. Cuarenta y cinco minutos yéndose en un parpadeo, sin que me diera cuenta.
Me perturba que cada vez más a menudo todo a mí alrededor se desdibuja, los sonidos, los rostros, los objetos, yo misma, hasta que estoy sumida en un estupor que me abstrae incluso del tiempo. Lo que en verdad me preocupa es que lo necesito, no puedo pasar un día sin aislarme de mi realidad.
Los gritos emocionados de triunfo y libertad de mis compañeros reemplazan a la campana y el reguero de uniformes azules va hacia la mesa del profesor de Historia. Una alegría que no es nueva se asienta en mi pecho al saber que el turno de clases ha terminado.
El día acabará, no puede ser eterno, me repito como tantas otras veces.
Dentro de unos meses aprobaré el doce grado, al menos mis notas dan para eso, iré a la universidad con cualquier carrera que pueda alcanzar y estaré bien lejos de aquí.
Todos tienen en sus manos los exámenes finales que hicimos la semana pasada y los entregan al profesor en un montón desordenado, no me han dado el mío todavía. El profesor me mira con el seño fruncido y me pongo tensa.
Las conversaciones son estridentes y las burlas acerca de errores que cometieron en sus exámenes, algunos bastante tontos, reclaman el protagonismo. Otra vez se adormecen mis sentidos, esta vez para protegerme de mi soledad.
Parezco un zombi, trastabillando de acá para allá sin saber lo que estoy haciendo y sin que me importe. Extraño los tiempos donde me esforzaba, quizás en la universidad pueda otra vez sentir las ganas de formar un futuro. ¿Quién sabe?
- Verónica, quédate un momento.- indica el profesor.
Obligo a mi mente a despertar, me cuesta un poco de esfuerzo. Ocupo nuevamente mi silla y espero. Algunos alumnos todavía revolotean por el aula recogiendo sus cosas o esperando a sus amigos. Él viene hacia mi mesa con expresión preocupada.
Las que eran mis amigas piensan que es guapo, tiene treinta años y ellas lo consideran un galán alto de pelo y ojos obscuros. A mí me resulta desagradable. Despide un olor podrido que, aparentemente, solo yo puedo percibir.
- ¿Te pasa algo Verónica? Te veo muy distraída últimamente, ¿hay algún problema en tu casa?- pregunta preocupado.
- No.-le digo en voz baja, casi un susurro.
Lo miro pero no me atrevo a encontrar sus ojos. Él sonríe con entendimiento y dos hoyuelos le marcan las mejillas.
- Ya sé que solo soy tu maestro pero no puedo quedarme sin hacer nada cuando veo a una de mis alumnas tan decaída.
- No me pasa nada.- anuncio con voz queda.
- Verónica, solo trato de ayudarte.
- No me pasa nada.- repito con ganas de irme y no volver nunca.
- Bien, te enseñaré tu examen.
Un poco enfadado saca de la carpeta en su escritorio una hoja con mi nombre y la coloca en la mesa frente a mí.
Las tres preguntas tienen respuestas claras y precisas, con todo el contenido que me pedían. Es una prueba bastante buena. Otra cosa no, pero el libro de historia me lo sé entero.
