14. Soledad

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APOV.

Don Hermes entró como una bestia enojada por la puerta de la oficina, sin haber tocado antes. Obviamente dentro de sus planes no estaba llamar a la puerta, realmente su pretensión era entrar e interrumpir de golpe lo que fuera que estuviese ocurriendo dentro de esa oficina. Justo en el momento en el que él entró, Beatriz y yo nos estábamos abrazando (de una manera que a mí me llenaba el corazón). ¡Quién sabe qué podría imaginarse Hermes Pinzón! Que si por él fuera, sería mejor que ni nos diéramos la mano...

Beatriz prácticamente pegó un salto en el momento en el que vio a su papá entrar a la oficina. Se paró de golpe, separándose de mí ferozmente. Yo me asusté un poco pero me mantuve sentado en el sofá, no había nada qué temar. Beatriz y yo no estábamos haciendo nada "malo" y de todas maneras estábamos en todo nuestro derecho de abrazarnos.

Don Hermes se paró frente a nosotros, cruzándose de brazos.

—Buen día, dr. Mendoza. Betty, ¿será que la señorita tiene un momento para hablar conmigo? — dijo esto mientras la miraba a ella, alzando sus cejas. Era claro que estaba diciéndonos implícitamente que quería que yo me fuera y los dejara solos. Resoplé y me levanté del sillón marrón.

—Don Hermes — lo saludé, ladeando un poco mi cabeza hacia abajo. Me giré hacia Betty y le dejé en su frente en beso corto y suave.

—Nos vemos ahora, mi amor — susurré, para que solo ella pudiera escuchar. Ella asintió y me sonrió un poco dudosa.

—Estaré en mi oficina, por si... me necesitan — dudé un poco pero lo dije antes de salir. Cerré las puertas de la oficina de presidencia tras de mí y me dirigí hacia mi oficina, no sin antes percatarme de que, como cosa rara, las secretarias no se encontraban en sus puestos de trabajo. Me detuve para pensar en dónde estarían y traté de controlar un poco el malgenio creciente en mí. Escuché un poco una algarabía que venía del taller de Hugo, así que decidí ir a ver qué ocurría. Hugo se había ido a sus vacaciones pagadas por Ecomoda el día siguiente al desfile, es decir, hace tres días. Todavía nos quedaban varios días sin su molesta presencia, si es que acaso decidía continuar trabajando para Ecomoda que, dentro de todo, era lo que esperábamos que pasara.

Caminé hacia el taller. Cuanto más me acercaba, iba confirmando que la algarabía efectivamente era causada por las del cuartel, que parecían hablando y echando chisme muy tranquilamente, mientras Inesita las escuchaba y se reía, sin dejar de doblar un montón de ropa.

—No, y ese par ya se la pasan es encerrados en esa oficina, quién sabe haciendo qué — dijo Aura María, quien obviamente no se había dado cuenta de mi presencia. Estaban hablando de Betty y de mí, claramente. Éramos el mejor y más reciente chisme de la oficina.

—Con tal de que Betty mantenga tranquilito al ogro de don Armando, por mí que se queden encerrados todo el día en presidencia... — dijo Sofía, como siempre refiriéndose a mí de esas formas. Y como siempre, siendo escuchada por mí.

—Sofía, ¿me está diciendo ogro? — dije con un tono grueso y serio. Hoy estaba tan feliz que ni siquiera eso me enojaba, pero no quería que nadie me perdiera el respeto, suficiente con todo lo que ya había ocurrido en la oficina.

—Don Armando, ¡ay don Armando! No, cómo se le ocurre semejante cosa — trataba Sofía de remediar torpemente lo que había dicho. Negué un poco con mi cabeza y pasé mis ojos por cada una de las muchachas del cuartel, que me miraban con cara de susto.

—Muchachas, estamos en horario laboral, ¿qué pasa que no están en sus puestos de trabajo? — dije lo más calmadamente posible, tampoco tenía ansias de enojarme con nadie. Quería disolver esta reunión e irme para la oficina a organizar unos papeles que tenía que llenar sobre el nuevo convenio con Venezuela. Todo antes de que llegara la 1 de la tarde y llegara la hora del almuerzo, en la que obviamente pretendía invitar a Beatriz a almorzar.

Juntitos los dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora