Prólogo

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Hace frío.

Me aferro con fuerza al único lugar en mi cuerpo que aún preserva un mínimo calor, mi pecho, que todavía arde con fuerza cada vez que su imagen aparece por mi mente.

Estoy sola.

Añoro su luz.

No puedo hacer nada más que soltar un largo grito ahogado en mis lágrimas.

Alguien ha debido escuchar mi llamada, pues noto cómo algo me deslumbra e intento abrir poco a poco mis ojos, pudiendo vislumbrar una blanca mariposa, que parece brillar sobre la abrumadora oscuridad. Parece como si el insecto me llamara, así que finalmente decido limpiar mis lágrimas y seguir el camino que va iluminando a su paso.

Total, ya no tengo nada que perder.

Me voy dando cuenta poco a poco de que en realidad, nunca había estado tan oscuro como pensaba. Parece que estoy en una especie de palacio blanco, y llevo un largo y elegante vestido del mismo color, aunque, sin embargo, voy descalza. El suelo está frío, sé que lo está, o al menos, antes creía que era así. Poco a poco voy notando como si se calentara más y más. Quizá sea la inquietud de saber adónde me llevará esta mariposa.

Mi guía comienza a acelerar, mientras yo voy sintiendo el suelo más y más ardiente, ya no puedo aguantar mi ansia de saber qué hay más adelante, hasta que me doy cuenta de que al final del pasillo hay una luz. El insecto acelera tanto que no puedo seguir su ritmo y se pierde en la cada vez más abrumante luz. Intento correr lo más rápido posible, hasta que paso dicha luz, en este momento, dicho insecto ya no está.

Ahora me encuentro en una especie de patio, rodeado de plantas, semblantes a la mariposa, alumbrando el ambiente. A través del techo descubierto se pueden ver las estrellas, y, entre ellas, una luna creciente, tan fina que resulta casi imperceptible.

Cuando me doy cuenta, veo su silueta, siempre al fondo, eclipsada por el resto de las luces. En realidad, él nunca ha tenido luz propia. Ahora el suelo ya no se siente caliente, quizá por la intensidad del dolor y el ardor en mi pecho y mis mejillas, mientras mis latidos aceleran por momentos.

Él sonríe.

Siempre esconde su tristeza tras una fría sonrisa y tras esos ojos, de unos colores claros, azules y tan tristes como la parte más escondida de su corazón, la cual siempre había sido más evidente de lo que yo pensaba.

-¿Y ahora qué?- Digo entre sollozos.

...

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