Tensión.

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Si Kentaro tuviera que definir su vida en una palabra, esa sería estructurada. A sus veintitrés años había logrado independizarse e ir a vivir a un pequeño apartamento en el centro de Tokio; lugar donde, unos meses después, consiguió empleo de mesera en un pequeño, pero bastante concurrido, restaurante familiar en el cual escaló bastante rápido por su facilidad para el aprendizaje y por lo obediente que era.

Así de rápido fue también que se ganó el respeto de sus compañeros; con cara de pocos amigos, el cabello rubio con unos cuantos mechones negros que caían como cascada por su espalda y un porte intimidante; no emitía sonido más de lo necesario, salvo para atender lo mejor posible a los clientes, pero era de temer cuando se enojaba.

—Kyoutani, el cliente de la mesa dos necesita un especial de pollo.—

—¿Qué no se lo habían llevado?—

—La nueva volvió a confundir las órdenes.—

Sí... Aún recordaba con claridad cuando uno de los cocineros nuevos quiso propasarse con ella. El tipo tenía unos diez o doce años más y todo el tiempo la miraba sin reparo alguno o le hacía algún comentario al pasar; Kentaro era alta y lo suficientemente curvilínea como para llamar la atención de cualquiera. Pero todo se descontroló cuando una vez, ya terminada la jornada laboral, la acosó físicamente en el baño de mujeres. La situación terminó básicamente con él de rodillas, gritando de dolor mientras ella le apretaba las pelotas sobre el pantalón y le ordenaba que le pida perdón, mientras sus compañeros intentaban separarlos.

"—¡Estás demente! ¡Loca!—" Le gritó él con lágrimas en los ojos por el dolor. Ella soltó una carcajada y se cruzó de brazos "—Puede ser, pero tú te acabas de quedar sin trabajo, maldito pervertido.—"

Después de eso, nadie se había vuelto a meter con ella y hasta se sentían protegidos a su lado. ¿Era violenta? Quizás. Tenía más amigos que amigas y le habían enseñado defensa personal, pero sólo utilizaba esos métodos en situaciones que ya se salían de su control... Como esa.

—Kyoutani, ayúdala con los postres.—

No sé consideraba a sí misma una persona impaciente, excepto cuando se trataba de ella; su nueva compañera. No podía culparla por cometer errores, ya que era su segundo día trabajando allí pero igualmente no le tenía ni un gramo de paciencia.

—Tú...— dijo de forma autoritaria. —Agarra esos tres copones, te vienes conmigo.—

—¿Estos?—

—¿Ves algunos otros?— alzó una ceja, haciéndola sonrojar y murmurar algo por lo bajo. —¡Rápido, los clientes esperan!—

No recordaba su nombre pero eso no importaba, cada vez que la miraba sus sentidos se ponían alerta y no en un buen sentido. Era agradable en demasía y, a pesar de ser torpe, compensaba todo con una dulce sonrisa. Pero, sobre todo, la forma desafiante en que le devolvía la mirada cuando le daba alguna orden o indicación lograba realmente enfurecerla.

* * * *

—Mi nombre es Yahaba Shigeru, encantada de conocerlos.— Dijo cuando llegó el descanso del personal. Todos sus compañeros se presentaron, todos menos Kentaro; quien observaba la situación de lejos, apoyada en la pared mientras comía una manzana. La tenían rodeada y le estaban haciendo muchas preguntas, las cuales respondía con más entusiasmo del necesario y, de vez en cuando, sus ojos oscuros y curiosos la observaban de lado.

Pasaron varias semanas en las que Shigeru se familiarizó más con su entorno de trabajo, con el menú y sus compañeros; ya era una más del grupo y los jefes la adoraban. Semanas en las que el mal humor de Kentaro crecía a pasos agigantados. Llegó a pensar que le tenía envidia por ello, o por lo físico; su cabello castaño y brillante bailaba de un lado al otro en una cola de caballo espesa, el flequillo le caía sobre el ojo derecho dándole un aspecto tierno y su tez era perfecta, parecía porcelana. Pero no se trataba de eso, ni de lo atractiva que era, ni de su voz dulce; tampoco se trataba de que todas las mañanas le decía "buenos días Kentaro" de la forma más suave posible pero con los ojos chispeantes, incluso llamándole por su nombre cuando ninguno de sus compañeros se había atrevido a ello.

Se trataba de que, cuando nadie la veía, hacía cosas que la sacaban de quicio; despeinaba su cabello al pasar, o guardaba utensilios donde no iban, también servía bebidas en los vasos o copas equivocadas y Kentaro estaba convencida de que todas esas incompetencias (como ella les llamaba) eran ideadas a propósito.

—¿Qué te ocurre con Yahaba? Parece como si quisieras que se rompa un hueso.— Murmuró Akira Kunimi detrás de ella mientras Kentaro la observaba ir y venir entre las mesas, con el ceño fruncido.

—No me cae bien.—

—Eso está claro... ¿Será que acaso estás celosa?—

—Quiero creer que no dijiste eso.— Akira retrocedió un poco asustado y le sacó la lengua en cuanto ella giró hacia donde estaba él. —Algo en ella me da mala espina, eso es todo.—

Y lo confirmó una noche que coincidieron en los vestidores y, mientras se cambiaban, le advirtió, muy cerca de su rostro, que no estaban compitiendo para ver quién era la favorita porque, de hacerlo, ella ganaría. Kentaro soltó una pequeña risa que deshizo su sonrisa ladina y, tomando su mochila, le respondió que su época escolar había terminado hace rato para ponerse a su altura y comportarse como una niña.

Así comenzó oficialmente su rivalidad; comentarios ácidos al pasar, sonrisas fingidas frente a los clientes y chistes de mal gusto; eso, junto al carácter dominante de ambas, desencadenaba en acaloradas discusiones junto a la bacha de la cocina, donde una rabiaba y la otra disfrutaba de ello. Eran sumanente exigentes con el trabajo y, aunque muchos dirían que hacían un gran equipo, la verdad era que si no fuera porque necesitaban el dinero, ya se habrían arrancado el cabello en varias ocasiones. Pero era justamente por eso que se tenían cierto respeto. Ambas sabían liderar y, aunque no pudiera haber dos abejas reinas en la misma colmena, dos mentes brillantes funcionaban mejor que una.

Lo que nadie sabía era que, fuera del trabajo, se arrancaban la ropa en lugar de los mechones, se gritaban obscenidades en lugar de insultos y forcejeaban para estar más cerca de la otra.

Todo comenzó en la fiesta de fin de año, cuando Kentaro la encontró llorando a escondidas. Era su primer año sola y nunca había pasado las fiestas lejos de su familia, así que se propuso, por una vez, no ser tan borde y consolarla pero pasó todo demasiado rápido. Los ojos de la castaña brillaron como nunca cuando la cercanía fue tal que las dejó sin aire. El corazón de la rubia se desbocó al sentir el sabor cereza de su gloss y la adrenalina incrementó en cuanto le sugirió ir a su casa, con todo lo que ello implicaba. Terminaron pasando Navidad y año nuevo juntas entre copas de champagne y revolcones pues, aunque Kentaro disfrutaba la soledad, le apenaba la situación de Shigeru y hasta le agradaba su compañía.

Era así que cada día, repleto de clientes y estrés, lo terminaban bajo las mismas sábanas; quizás por diversión, quizás porque ambas entendían la tensión de la otra y querían desquitarse o quizás, simplemente, porque podrían haber comenzado a gustarse.

Pero una cosa era segura, siempre que Kentaro fuera estrictamente ordenada iba a estar Shigeru para descontrolarlo todo.

Siento que narré demasiado de Kyoutani y muy poco de Yahaba pero bueno, la verdad es que está contado desde su punto de vista y un poco desde lo omnisciente... Creo, supongo. Espero no les parezca tan caca como a mí. Va, siento que lo podría haber hecho mejor. En fin.

Me quedó muchísimo más corto de lo que esperaba pero es así a pedido tuyo Nanita mía del amor! Intenté hacerlo intenso pero sin +18 jsdjsj espero te guste, te amo montoneeeeees y te admiro un chingo como escritora y persona ❤️❤️❤️❤️

Nada, soy un pedo para escribir dedicatorias pero vos sabes todo mi amorrrrrrs por ti✨

Bueno, ya me puse trola, bai 🤭

(Des)Control.  »KyouHaba«Donde viven las historias. Descúbrelo ahora