Prólogo

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El reloj de la plaza central marcaba las seis menos cuarto. El suave sol de octubre empezaba a ocultarse tras los rascacielos, proyectando ominosas sombras en las transitadas calles. Parte de la ciudad de Los Santos se preparaba para apagarse hasta el día siguiente, mientras que otra no hacía más que despertar.

En un pequeño bar del centro, Jordan Taylor contaba el dinero de la caja registradora mientras tarareaba la canción proveniente de los altavoces. Aún quedaba un buen rato para que las oficinas cerraran y los primeros clientes aparecieran por allí. Aun así, no se sorprendió cuando oyó que se abría la puerta. Taylor cerró la caja y se movió hasta la parte central de la barra, adoptando su mejor sonrisa servicial.

—Buenos días, amigo, ¿un día duro? —preguntó.

El cliente ni siquiera lo miró. Caminó con paso firme hasta uno de los taburetes y se sentó allí, con la espalda recta y los hombros rígidos.

—Un whisky con hielo —pidió sin más.

Entender a las personas era una parte vital de la rutina de Taylor y, si bien no se consideraba un experto, se enorgullecía de la habilidad que había ido adquiriendo con los años en su trabajo. Sabía distinguir un cliente conflictivo de alguien que le dejaría una generosa propina si le daba los buenos días con una sonrisa. Sin embargo, había algo en aquel hombre que se le hacía imposible descifrar, no solo por el hecho de que ocultara los ojos detrás de unas gafas oscuras. Sus labios estaban apretados en una línea tensa, y las arrugas de su frente y las comisuras de su boca contribuían a resaltar la dureza de sus facciones. Parecía a la vez inquieto y tranquilo. Taylor no se hubiera sorprendido si el cliente empezaba a hablar de que había tenido el mejor día de su vida. Tampoco el peor.

Sirvió el whisky procurando no darle la espalda en ningún momento al recién llegado, conteniendo las ganas de romper el incómodo silencio con cháchara insustancial. El parloteo solía ser su mejor arma en esos casos, pero una parte de su cerebro, la parte que se encarga de los instintos primitivos de supervivencia, insistía en que lo mejor era quedarse callado. La música de fondo le parecía lejana y distorsionada, así que la apagó en un impulso.

—¿Es nuevo en la ciudad? —preguntó al cabo de unos minutos, sin poder soportarlo más.

El hombre giró la cabeza hacia él y Taylor se arrepintió de inmediato de haber llamado su atención. A pesar de las lentes oscuras, la intensidad de la mirada que se ocultaba tras ellas lo atravesó como una bala.

Taylor respiró hondo y apartó esa idea de su cabeza. Él mismo estaba convirtiendo una situación totalmente normal en algo insólito. No era raro ver un hombre solitario bebiendo un miércoles por la tarde. Veía cosas así todos los días. Agarró el trapo que llevaba enganchado en el delantal y se dispuso a limpiar la prístina barra para distraerse de su paranoia.

Solo deseaba que los siguientes clientes no tardaran mucho en aparecer.

—No, no soy nuevo —contestó el hombre sin más, al cabo de unos segundos de silencio.

Taylor levantó la vista a tiempo para verlo dar un pequeño sorbo al whisky, que hasta entonces había permanecido intacto sobre la barra. Cuando dejó el vaso de nuevo en su sitio, el reloj de pulsera del cliente pitó. Fuera se escucharon los seis toques del reloj del ayuntamiento, señalando la hora punta. Normalmente era imposible oírlo desde allí, con la música y el bullicio del bar y el tráfico del exterior, pero en aquella ocasión Taylor sintió cada campanada retumbar en su cabeza.

El cliente sacó de su cartera un billete de cincuenta dólares y lo dejó junto a su vaso medio lleno.

—Quédate con el cambio —dijo mientras se levantaba.

Taylor recogió el dinero, estupefacto, y, antes de que pudiera insistir en devolverle parte de la excesiva propina, el hombre se había marchado, dejando tras de sí un leve olor a cigarrillos y loción de afeitar. Sin darle más vueltas al asunto, guardó el billete en la caja junto a los demás.

Cerca de una hora más tarde, cuando el bar ya estaba lleno de clientela, empezaron a escucharse sirenas de policía fuera. Alguien en la barra comentó que había ocurrido un asesinato cerca y el recuerdo de aquel hombre de las gafas oscuras pasó un instante por la mente Jordan Taylor, pero después lo olvidó, como olvidaba los muchos rostros que pasaban por allí.


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hace un año que empecé a subir esta historia. hasta entonces nunca había escrito un fanfic como tal, y mucho menos lo había publicado. siempre me supo mal dejarlo abandonado a los pocos capítulos, porque tenía muchas ideas para el au y muchas ganas de escribirlas, pero no estaba saliendo tan bien como yo quería, o al menos de una manera que me resultara un poquito satisfactoria. 

supongo que quiero redimirme de alguna manera y terminar lo que empecé. iré subiendo poco a poco los capítulos que ya tenía escritos, revisándolos un poco y añadiendo más contenido. intentaré llevar la historia a un punto en el que me sienta cómoda con el contenido, aunque no alcance el cien por cien de mis expectativas.

Pecado original [Volkway]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora