Besando el vacío

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     Will corría con la mirada fija en la barda frente a él, lo único que tenía en mente era su próximo movimiento. Antes de llegar, tomó impulso y saltó; alcanzó el muro con las manos y se arrojó hacia delante solo con los brazos.

     Estiró el cuerpo en el aire, los brazos extendidos frente a él, las piernas hacia arriba; llegó a otra barda y posó las manos sobre ella. Con la fuerza del salto, pasó las piernas entre los brazos sin tocar el muro y al aterrizar sobre el césped, el impulso lo hizo seguir corriendo hasta que al fin pudo detenerse unos metros más adelante.

     En cuanto paró fue recibido por sus compañeros con aplausos y ovaciones.

‒¡Así se hace un doble Kong! –Exclamó Andrew– ¡Felicidades! –Continuó mientras le daba una palmada en la espalda.

‒Gracias hombre –contestó Will sonriente, devolviendo la palmada al otro chico.

‒¿Cuánto tiempo tardaste en dominarlo? –Preguntó Paul.

‒Unos tres o cuatro días –respondió Will– para el movimiento básico, claro –agregó de inmediato y después pasó unos segundos musitando y mirando a la nada.

‒Creo que en total me tardé un mes –dijo al fin–. Empecé en el gimnasio con colchonetas y poco a poco aumenté la distancia entre los obstáculos hasta llegar a los tres metros. Esta es la primera vez que lo hago sobre pasto y todavía no me atrevo a hacerlo en concreto o asfalto.

‒¿Crees que pueda hacerlo pronto?

‒Mala idea, Paul –Le dijo Andrew–. Apenas llevas dos meses en esto del parkour.

‒Podrías romperte un hueso –agregó Will– ¿Y cómo practicarías así?

‒Pero podría presumir que me rompí un hueso intentando hacer un doble Kong –dijo Paul y todos rieron a causa del comentario.

‒Yo preferiría presumir el doble Kong en lugar de un intento fallido –Comentó Will entre risas.

     En ese momento sonó su celular; en la pantalla había un número desconocido con clave de Egeoworl. Los únicos en ese pueblo que le hablaban por teléfono eran sus padres; los pocos amigos que tenía ahí preferían mantenerse en contacto con él por medios más discretos.

     Así que de seguro se trataba de papá o mamá, llamando para avisarle que había cambiado de número. Will contestó el teléfono todavía sonriente por lo que Paul había dicho.

‒Hola.

‒¿William? –Preguntó la voz de un anciano al otro lado de la línea.

     Aquello no lo esperaba.

‒¿Hugh? Hola ¿Cómo has estado?

‒Will...tengo que hablar contigo.

     Había algo diferente en la voz de Hugh, una fatiga que Will no recordaba. El antiguo jardinero de la familia era un hombre mayor pero su voz siempre sonó clara y firme. Esta era la primera vez que se escuchaba de acuerdo a su edad. Sin embargo, ese no era el único cambio que percibía; no podía descifrarlo con exactitud pero juraría que Hugh sonaba demasiado triste.

     Entonces le vino a la mente un recuerdo lejano: tenía dieciséis años y se encontraba en Edimburgo para el funeral de su tío abuelo Alfred. Ese día, las voces de todos sonaban igual a la de Hugh en ese momento.

‒Es sobre tus padres –Continuó el mayor.

     De pronto, Will caía a un abismo como si se encontrara en uno de aquellos horribles sueños y cuando el vértigo desapareció, se le había formado un nudo en el estómago. Cuando por fin pudo hablar, no tenía más que un hilo de voz.

Will y Lady TreeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora