Sinuoso

11 2 0
                                    


     Cuando Will despertó, aún era de noche. La luz de la luna entraba por los ventanales de su cuarto, cubriendo todo de sombras y contornos a medio dibujar pero permitiéndole ver sin problemas. Lo primero que notó fue su mochila; la había preparado desde la tarde anterior, metiendo en ella todo lo que, según él, le sería útil durante el viaje.

     Entró al baño de su habitación aún medio dormido; abrió la llave de la ducha y entró en ella. Dejó que el agua caliente resbalara por su cuerpo hasta que todo el cuarto estuvo repleto de vapor e inundado por los aromas frescos de su jabón y shampoo. No sabía cuándo se ducharía de nuevo, o si volvería a hacerlo en lo absoluto; así que se aseguró de disfrutar cada momento y la ducha se prolongó más de lo esperado.

     Salió del baño vestido de pies a cabeza y rodeado por una nube de vapor; el aire de su habitación lo tomó por sorpresa, refrescándolo tras haberse sumergido en el calor de la ducha y causándole escalofríos en los brazos; pero no era algo insoportable y se aclimató casi de inmediato. Entonces tomó tanto su mochila como su chamarra y salió del cuarto. Recorrió los pasillos y escaleras de la mansión, dirigiéndose hacia la planta baja a oscuras y en silencio, como si hubiera alguien más aparte de él en aquella vieja casona y no deseara molestarlo.

     En realidad, Will sentía que si hacía el más mínimo ruido, si pisaba demasiado fuerte y una tabla del piso crujía por accidente, la casa cobraría vida y entonces, cada momento que pasó ahí se proyectaría frente a sus ojos como un fantasma: todas las veces que se deslizó por el pasamanos de las escaleras; las tardes que pasaba estudiando frente a la chimenea de la sala; la primera ocasión que se armó del valor suficiente para subir al ático solo; cada juego de escondidas; cada historia antes de dormir; cada desayuno, comida y cena; cada jugarreta y travesura... cada recuerdo, sin importar qué tan mundano o extraordinario fuera, lo ataría a aquella casa y no le permitiría partir.

     Por lo tanto, se movió en silencio por aquella casa que conocía de memoria. Cuando llegó a la planta baja se dirigió al comedor, dejó su mochila y chamarra en una de las sillas que rodeaban la enorme mesa del centro y después fue a la cocina, donde se preparó un desayuno sencillo pero abundante. Volvió al comedor, puso la mesa y dejó todo preparado para sentarse a comer, pero antes de hacerlo, se encaminó al estudio; una vez ahí tomó unas cuantas hojas de papel, un par de sobres y una pluma; después regresó al comedor y comenzó a escribir un par de cartas mientras desayunaba.

     Cuando terminó de escribir, colocó cada una de las cartas en un sobre. La primera iba dirigida a varias personas a la vez: Liz, Eric, Hugh, Ophelia y John. Para la segunda, solo había un nombre escrito en el sobre: Ternjel.

     Dejó los sobres en la mesa junto con su mochila y chamarra mientras lavaba los trastes que había usado en el desayuno. Al terminar, tomó la primera nota y se dirigió a la entrada principal. Al abrir la puerta, el aire frío lo golpeó de súbito en todo el cuerpo, despertándolo por completo; no tenía idea de que seguía medio dormido hasta ese instante. Entonces, se tomó unos momentos para recargarse contra el marco de la puerta y contemplar el horizonte.

     La isla de San Nicolás era un paisaje en blanco y negro; la luna llena brillaba de tal forma que los contornos de las colinas y acantilados podían apreciarse con facilidad y los arroyos que bajaban desde las zonas altas, así como el río principal en medio del valle tintineaban con destellos plateados. También en el valle, cerca de la costa, se encontraba el pueblo de Egeoworl que en ese momento se hallaba casi en total oscuridad, las únicas luces artificiales provenían del alumbrado público, haciendo que el pueblo pareciera una pequeña red dorada en lo profundo del valle, dividida en dos por el río principal.

Will y Lady TreeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora