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Las flores

En un ambiente hostil, crecen las flores, árido y lleno de cardos, aves que hieren. Y hieren a matar.
Y aunque parezca ilógico ellas aman esa tierra, aman a los pájaros, al sol y al viento. Y entre tanta amenaza, sueltan su semilla, se atreven a retoñar.

Nace una de ellas despertando dulcemente al deslumbrante sol, quien la mira con elegante indiferencia desde lo alto, y le brinda su luz para que empiece a soñar.

Las otras flores solo miran, algunas escondiendo sus pétalos cuarteados, hojas desgarrada, tallo débil malformado, raíces escasas cortadas, con una sonrisa
disimulando la tristeza.
Algunos pájaros desde lo alto también miran con lástima, sabiendo que no es bueno que este allí , que la pobre no sabe a lo que viene. ¡Está servida la mesa!.

Su madre un Jazmín hermoso, para los ojos de su retoño, sabe que no debió tenerla que debe cuidarla con sus impotentes hojas, pero la ve tan linda que entre el rocio de sus pétalos solo súplica al sol la ilumine más y esperanzada ora por su bienestar.
Pero es tarde ya para rezos, las aves la vieron, y vieron también a otras flores que nacieron, es para ellos demasiado tentador el ambiente. Se van a deleitar.

El Jazmín asustada y temblorosa intenta de alguna manera ponerse espinas para proteger su tesoro, pero que va! ellos tienen alas, tienen pico, tienen garras y tienen
su canto, canto que envuelve y engaña, canto que llega a matar.

Intenta advertirle pero la pequeña jazmín no entiende, ingenua e inocente ve como revolotean las aves alrededor del jardín, trinando, y exhibiendo su bello plumaje,
arrancan la madre de un solo picotazo. ¡Una estúpida flor menos! , ¿así de fácil?
Mientras entre revoloteos suaves un gorrión posó sobre una Margarita. Le canto al oído y ella sonriente descuido a su retoño inocente, dulce, suave, frágil.

Ella no entendía lo que pasaba, mientras el gorrión halagaba a la madre, con un desdén voraz.
Su garra arrancaba uno a uno los pétalos de la pequeña Margarita, que no volvió a verse igual de linda, jamás!
Sin piedad arrancó su ternura, su inocencia su perfume, y para cuando acabó, solo
quedaba rabia, dolor, sin paz.

Y así descendieron las aves, unas al disimulo y otras con toda la malicia, sin pena ni culpa alguna.
Iban cortando raíces, rasgando hojas, picoteando tallos, cuarteando
pétalos, acabando hasta la más corta.
Solo pequeñas? No! En la euforia no importa el tamaño ni la belleza, no importa si el color es pálido o vistoso, son flores y es lo único que importa.

Y ellas apenas se defienden, solo gritan gimen y abrigan sus retoños tratando entre súplica y una que otra rama, que a veces tira un pájaro gordo al suelo.
Miran al sol piden que brille más, o que acalore a las aves para que las dejen. Pero él sólo las mira indiferente, como si no las viera, como si no le importara, como si no
existieran, como si apoyará a las aves en su vuelo.

Así es como miras los destrozos del jardín y de las flores, algunas marchitas ya, rotas, lastimadas, algunas se culpan entre ellas por a ver llamado la atención con vistosos colores.
Otras por escuchar el hermoso trinar, dejarse llevar, por no luchar, o tal vez tan solo por no callar, debieran creer en amores.

Nuestro jazmín se mantenía aún con sus hojas temblorosas, y los pétalos razgados, creció con el tallo marcado, débil, cicatrices, y las raíces escasas cortadas, se reprocha a sí misma ¿por qué tuve que ser flor?
¿Por qué amar a las aves si son tan malas? ¿Sería mejor morir de una vez?
La respuesta estaba a sus pies, pues al ver los retoños de sus compañeras la verdad era tan clara, de ellas no sólo salían florecillas, si no también varias aves.

Ahí la respuesta del amor.
Creció, a la vida se aferró, y aunque desde la agresión de los pájaros, sigue aún en pie, duelen sus heridas y las cicatrices afean su hermosura, pero necio ante la vida, entre el rocío de sus pétalos, dejó caer semilla.

Las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora