¿Por qué demonios me has mentido?

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22. ¿Por qué demonios me has mentido?

Era muy difícil disimularlo después de lo que había ocurrido en el granero, pero debían hacerlo sobre todo durante la cena en la que Santana tuvo que ocupar su lugar junto a Quinn, y soportar una vez más las fastidiosas ojeadas de Sue. Pero las miradas se escapaban, los ojos de Brittany no podían dejar de estar clavados en el rostro de Santana mientras su tenedor paseaba sin descanso el trozo de pescado de un lugar al otro del plato. Su corazón aún latía con tanta intensidad que se le hacía difícil incluso respirar. Susan vagaba con sus castaños ojos por la mesa repletas de cabezas rubias. Los que habían regresado de sus trabajos comían después de un día agotador en Lima. Kitty y Jake hablaban en voz baja, se sonreían y se sonrojaban al mismo tiempo. Susan pensó que era adorable verlos así. Quinn sin embargo parecía no estar con ellos, su semblante era taciturno y melancólico, y apenas probaba bocado de la cena. Rachel no había vuelto como prometió aquella tarde, Susan supo que era el momento de mantener una charla con la mayor de sus hijas. Pero hubo algo que llamó sobremanera la atención de Susan, más allá de las miradas furtivas entre Kitty y Jake, más allá de los insistentes comentarios de Sue, los bostezos de los gemelos y la melancolía de Quinn. Aquello que captaba todo su interés era la sonrisa boba dibujada en los labios de Brittany, y sus azules ojos clavados en Santana. Y en cómo ambas se sonrojaban hasta las orejas cuando se miraban. Como Santana desviaba sus ojos a la mesa para ocultar su rostro sonrojado, y como Brittany exhalaba un suspiro y se mordía el labio inferior ¿Era todo aquello lo que Susan pensaba? ¿Acaso su hija y aquella jovencita inteligente y encantadora se gustaban? La mujer sonrió, mientras de fondo seguía oyendo sin escucharla la torturante voz de Sue. Sinceramente lo que dijese aquella mujer le traía sin cuidado, porque ver las reacciones de sus hijas tanto de felicidad como de melancolía, era mucho más interesante, y porque si todo era como ella intuía, las vidas de sus tres hijas mujeres, cambiarían mucho a partir de aquel verano que ya casi llegaba a su fin.

Por fin metió el último vaso en el lavavajillas, y lo puso en marcha, sin duda aquella máquina resultaba el mejor invento del mundo. Susan limpió las últimas gotas de agua del fregadero y miró a través de la ventana. Debían ser alrededor de las once de la noche y ya todos, o casi todos, dormían o estaban en sus dormitorios. En realidad todos no. Fijó sus ojos en uno de los columpios, y vio la figura femenina de una de sus hijas, y un humo gris que la envolvía. Supo de quién se trataba al instante. Prendió fuego al fogón de la cocina y colocó sobre él la tetera en la que aún quedaba algo de té frío de la tarde. Lo calentó un poco y luego, vertiéndolo en dos tazas y añadiéndole un poco de leche y de azúcar, salió de la casa. A medida que se acercaba el humo se hacía más intenso y su olor también.

- Fumar no hará que ella venga esta noche Quinn.

La joven dio un respingo, y aunque trató de ocultar su cigarrillo entendió que no tenía lógica hacerlo puesto que su madre la había descubierto.

- No fumo nunca, lo sabes, pero esta noche estoy nerviosa.

- Lógico, apaga eso y bebe un poco de té con leche, te reconfortará más.

Quinn obedeció a su madre y exhalando la última bocanada del humo del cigarrillo que había retenido en sus pulmones, tiró al suelo el resto y lo pisó apagándolo por completo. Susan le sonrió maternalmente mientras le ofrecía la tacita de porcelana blanca que emitía otro tipo de humo, mucho más saludable, luego se sentó en el neumático que había libre y dio un sorbo soplando antes para no abrasarse los labios ni la lengua.

- Rachel está tan nerviosa y asustada como tú Quinn.

- Santana dice que es hora de hablar con ella. Me contó su reacción con el vestido de novia. Tengo ganas de matar a tía Sue por hacer algo así - Los dientes de Quinn rechinaron de rabia.

La novia de QuinnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora