23 de diciembre

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A Louis no le gustaba la Navidad. Y no es que fuera un Grinch o algo por el estilo, al contrario, amaba ver que había gente que la disfrutaba, amaba los adornos —en especial las luces— y amaba la comida, pero en sí la Navidad no terminaba de agradarle.

Ese año sería peor. Meses antes, Louis se había mudado a Nueva York después de que una muy buena oferta de trabajo le fuera ofrecida. Estaba feliz con su nueva ciudad, pero el problema era que estaba muy lejos de su familia y que ni él ni ellos podían costear un boleto de avión para pasar las fiestas juntos.

Su madre, apenada por la situación, le había prometido que el día que se reencontraran lo recompensaría con una gran cena, no sólo por Navidad, sino también por su cumpleaños —que se celebraba en víspera de Navidad— a lo que Louis había respondido que no tenía que preocuparse y que todo estaría bien, probablemente pasaría los siguientes dos días frente al televisor comiendo con Clifford sobre el regazo.

Le gustaba ese plan, bastante.

Estaba saliendo del cuarto para buscar algo de comida cuando escuchó unas garritas pegar en el piso y unos jadeos. Louis se giró y pudo ver a su perro corriendo hacia él con la lengua de fuera. Al llegar, el cachorro se paró en dos patas y comenzó a lamer las manos de Louis, cuya sonrisa no tardó en aparecer.

—Hola Cliff. ¿Cómo está el bebé de la casa? —El castaño se agachó para acariciar a su perro y dejar besos en la cabeza de este.— Creí que aún no despertabas, te serviré el desayuno ahora, dame un segundo.

Louis sirvió el desayuno de Clifford y se sentó a su lado mientras éste comía para después jugar con él; aquel peludo cachorro era su adoración. Amaba verlo jugar por el departamento y abrazarlo cuando veían películas. Clifford era la razón por la cual Louis se sentía tan feliz al regresar del trabajo y por la cual no se había vuelto loco al mudarse a Nueva York sin conocer a nadie.

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Horas más tarde, en algún supermercado cercano, un bufido cortó el silencio en el que el pasillo se sumía. Louis había decido que cocinaría pasta para su solitaria cena de Navidad, pero por más que se estiraba no lograba alcanzar el frasco.

—¿Por qué siempre tienen que poner estantes tan altos? —murmuró para sí. Molesto, se rindió y echó una ojeada por los corredores, en busca de algún empleado que pudiera ayudarlo, pero se dio cuenta de que eso no sería necesario cuando escuchó la voz de alguien detrás de él.

—Parece que necesitas ayuda. —un hombre un poco más alto que él le sonrió y con una facilidad envidiable le alcanzó el frasco. Su linda sonrisa no desapareció en ningún momento y Louis pudo enfocarse en los bonitos hoyuelos que se le marcaban. Pero eso no era todo, sis facciones, resaltadas por unos bellos caireles color chocolate, eran preciosas y el color de sus ojos era un verde olivo que hizo que Louis se quedara embobadoy si no fuese por la misma voz grave que había hablado hacía un momento se hubiese quedado plasmado todo el día, admirándolo. —Ten.

—Uh, gracias. —Louis tomó el frasco y soltó una risita— No alcanzaba.

"Duh, era obvio que no alcanzabas, ¿por qué dijiste eso?"

—Lo noté, el estante está muy alto y tú eres algo pequeño. —Louis alzó las cejas y dejó que su boca se abriera un poco. En seguida, la expresión del rizado cambió a una más alarmada— Quiero decir, no es que seas pequeño, me refiero a que esto está muy alto y... —comenzó a trabarse, temeroso de haber ofendido a Louis, pero se dio cuenta de que no fue así cuando una leve risa escapó por sus labios. —¿De qué te ríes?

—¿No crees que antes de decirle a alguien que es pequeño deberías presentarte?

—Uh, sí, lo siento. Soy Harry Styles.

~ Sweet Christmas ~  l.s.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora