Stockbridge está encerrada por dos brazos de montañas, en verano los grandes pinos ofrecen sombra para los amantes, en la primavera el pasto se pone más verde y los niños juegan en él, en otoño se pinta de un anaranjado triste y en invierno se cubre de blanco, el frío llega hasta tus huesos y todo parece de cristal. Es un abrazo topográfico que nos encierra a todos en el mismo maldito espacio. Siempre se sueña con lo que hay detrás de las montañas aunque nos cueste desarraigarnos de este hueco; es una relación de amor y odio, con sentimientos más por una mujer que por una ciudad. Stockbridge es como esas matronas de antaño, llena de hijos, rezandera, piadosa y posesiva, pero también es madre seductora, puta, exuberante y fulgurosa. El que se va vuelve, el que reniega se retracta, el que la insulta se disculpa y el que la agrede las paga. Algo muy extraño nos sucede con ella, porque a pesar del miedo que nos mete, de las ganas de largarnos que todos alguna vez hemos tenido, a pesar de haberla matado muchas veces, Stockbridge siempre termina ganando. Tiene vida propia, y te susurra, y te besa, y desfalleces junto a ella. Y que puercas ganas tengo de irme y que puercas ganas también tengo por quedarme y tomar mi tan ansiada venganza.