Tenía el artista cincuenta y siete años cuando contempló, o, mejor diremos, cuando reconoció por primera vez a Tommaso Cavalieri, de incomparable belleza en palabras del historiador coetáneo Benedetto Varchi. En aquel joven caballero romano reconocía a su David; al Cristo desnudo del Juicio Final, a sus hoplitas de la batalla de Cascina, que él quiso esculpir sorprendidos mientras se bañaban desnudos en el río Arno; a su efebos del Tondo Doni.