Drake creía que la estúpida fascinación que sentía por Marcus se terminaría cuando se fue a vivir con él y con Ron. Incorrecto. Eso solo lo volvió más loco. Marcus no entendía el significado del espacio personal, lo tocaba a todas horas, cubriéndolo con su olor y feromonas sin importarle un pimiento el estado en el que él se encontraba. Marcus estaba felizmente satisfecho. Era uno de los mejores centinelas de la manada, tenía una novia Omega perfecta y estaba a punto de dar el siguiente paso final e irse a vivir con ella. Todo apuntaba a campanas de boda y niños correteando por todos los lados hasta que Drake entró en su vida desarmándolo con solo una sonrisa y dos bonitos hoyuelos. Lo odiaba. Lo odiaba tanto que no podía permanecer más de cinco minutos alejado de él.