Todo empieza con una conversación. Me encuentro en su cocina observando como trocea unas verduras de lo que más tarde será una suculenta cena. Tengo ganas de jugar y disfrutar viendo su sonrisa una vez más. Me meto en su habitación en silencio pero con un guiño pícaro y travieso. Me quito las braguitas de encaje y salgo con desdén para no levantar sospecha. Llevo un vestido plisado. Como de costumbre me subo al poyete de su cocina y sigo observándolo pero esta vez con la energía puesta en mi sexo. Solo hace falta un gesto y una pregunta. “¿Qué hay de cena hoy?" Sus ojos se clavan en el interior de mis muslos, pórtico de mis piernas ligeramente entornadas, y a una carcajada nacida de sus entrañas le sigue un delicioso beso. Me coge a horcajadas. Parece que las verduras tendrán que esperar porque ahora sus manos están ocupadas.