—La paciencia es una virtud, Lina. Y la expectación es un afrodisíaco de la hostia.
—Tal vez —repuse de mala gana—, pero por si no te habías dado cuenta, contigo no me hacen falta afrodisíacos.
—Es bueno saberlo. —Se acercó a mí y luego me recorrió todo el cuerpo con la mirada. Intenté no reaccionar, pero, joder, tenía los pechos cada vez más turgentes, y los pezones, erectos. Y cuando demoró la mirada sobre el vértice de mis muslos, mi sexo empezó a palpitar en respuesta a un deseo insatisfecho, porque el muy cabrón no pensaba tocarme—. Debería tenerte siempre así —dijo en voz baja y suave—. Toda cachonda y húmeda y ardiendo en deseo.
Deseado.