Extraño a esa persona, y el aceptar ese hecho me hace extrañarla aún más. No paro de hacerme preguntas a mí misma: ¿Estará bien?¿Estará comiendo bien?¿Cómo se siente? Ya no sé cómo debo sentirme, ya que pasó mucho tiempo. Pensé que ya estaba bien; ya no lloraba, empecé a retomar viejos pasatiempos y salí un poco más. Se supone que debo estar bien, pero algo tan banal como ver una foto o encontrar ese girasol me hicieron dar cuenta que nada lo está.
Debí entenderle más, debí hacer mejor muchas cosas y estoy consciente de que, sea o no mi intención, debí lastimarla mucho cada que le volvía a hablar por extrañarle. No pienso volver a hacerlo, ya que no es ningún juguete como para que yo venga y le hable después de decidir que ya no lo haríamos. Yo quiero que sea feliz, que deje de ocultar su dolor a los demás y que cada paso que dé sea uno que le lleve a un destino hermoso como lo es esa persona, un futuro brillante que se merece todo lo lindo de este mundo.
Siempre mantendré mi promesa de estar ahí en las buenas, en las malas y en las peores. No es exageración que daría mi vida y mi felicidad sólo para verle sonreír siempre. Su sonrisa siempre fue la luna que iluminaba toda la oscuridad de este feo mundo.
Quiero llorar porque me da miedo de lo que le fuera a pasar; me pregunto cada día cómo se encuentra y si la está pasando así. Yo no me considero una persona religiosa, por muchos factores como lo son mi familia y tal, pero si existe un Dios, sólo le pido que lo proteja de todo lo que alguna vez lo llegaron a dañar y que le de un camino de felicidad… Prefiero no volver a meterme en su vida y ver de lejos cómo es feliz.
Dios, sólo te pido que protejas la luna y que le des estrellas que la acompañen en su soledad. Deja que brille siempre y que la oscuridad que la abraza nunca pueda contra ella.