A veces uno se da cuenta de que se está jodiendo la vida en tiempo real. No es como si pasara de la nada, ni como si alguien más tuviera la culpa. No. Es como ver un incendio empezar en la cocina y en vez de apagarlo, solo te quedas ahí, mirando cómo el fuego sube por las paredes. Sabes que deberías hacer algo. Sabes que podrías hacerlo. Pero no te mueves.

Y lo peor no es la destrucción en sí. Lo peor es la lucidez. Esa conciencia brutal de que cada decisión que tomaste, cada momento en el que dijiste "da igual", cada vez que ignoraste la alarma en tu cabeza, fue un clavo más en tu propio ataúd. Sabes exactamente en qué momento pudiste cambiar el rumbo, pero no lo hiciste. Porque da miedo. Porque duele. Porque, en el fondo, tal vez sientes que no mereces nada mejor.

Es irónico, ¿no? La vida no se desmorona en un gran colapso, sino en pequeñas concesiones diarias. Un "hoy no", un "mañana lo intento", un "qué más da". Hasta que un día miras atrás y te das cuenta de que ya no eres quien querías ser. Y aunque sabes que podrías salir de ahí, sigues sin moverte.