Hay días en los que es tan difícil existir.
Todo duele, hasta la más fina caricia del viento.
Viento que te pega suavemente en la cara mientras las lágrimas corren como cascada llevando sueños, deseos, susurros de auxilio.
Y te entregas a la ensoñación, vislumbrando lo bueno que hubiese sido todo si solamente estuvieras bien de la mente.
Si no te hubieran tratado de pisotear por el simple hecho de existir.
Hay días así y días muy buenos donde olvidas las palabras hirientes y crees tontamente que todo puede mejorar pero no.
En días así, donde duele todo, recuerdas lo bueno que era escuchar música y escapar de todo por un rato. Pero ya no hay ánimos ni de escuchar la más simple melodía, te suena a ruido, a notas que no tienen sentido.
Y así pasas los últimos 10 años de tu vida, sin rumbo, sin ganas, sin viento y sin música.