Si pudiese describirme a mí mismo creo que no sería escritor pues de ahí nació mi fascinación literaria: Del no saber quién diablos soy. 
Recuerdo que a los once años esperaba con ansia una lechuza que nunca llegó, y  así me convencí de que no era un mago. 
Gracias a los dioses tampoco salió mi nombre en la cosecha, por lo cual viví los Juegos del Hambre desde la comodidad de mi sillón, cabreado con el pagafantas de Peeta, el chico del pastel, que para mi sorpresa no duró mucho en el pagafantismo. Ahora veo la clase de mierda que solía leer cuando joven. 
Ahora sin más preámbulos les diré que hace mucho que dejé de esperar mis revólveres con culata de sándalo para ir tras la Torre Oscura puesto que supongo que hace tiempo que olvidé el rostro de mi padre y vivo todos los días tratando de recordarlo. 
Finalmente me robaré el título que se dió King a sí mismo y diré que soy un Disparaletras, uno de esos pistoleros que usan veintiocho balas diferentes en ráfagas desiguales, uno de esos pistoleros que en vez de matar con el corazón llegan al corazón de la gente y le cambian la vida. Soy un Disparaletras que ahora mismo saldrá a ahogarse en Scutten en el Eolio por los amores perdidos y por la muerte de Oberyn Martell.