Recuerdo que cuando era niña muchos de mi compañeros del cole le tenían miedo a la oscuridad, otros le temían a los monstruos y algunas niñas a no ser tan lindas como sus madres, por mi parte, me provocaba gran terror la idea de crecer.
A todos les parecía un miedo absurdo e irracional. "Desearía ser adult@", decían. "No entiendo por qué tú no quieres, todo es mejor", intentaron convencerme una y otra vez.
Para mí crecer significa responsabilidad y vaya que soy responsable, pero en mi interior sabia que había algo más por lo que temerle.
Tenía miedo de que al crecer siguiera siendo esa niña a la que terminan alejando o incluyendo por lastima (aun lo soy), esa que solo buscan para la tarea o por un favor (sigo siéndolo), esa niña que sonríe y quiere a todos, pero a la que dejaban de última a la hora de formar los equipos (mi inteligencia me convirtió la primera ahora).
Es injusto que al crecer se me mire como una máquina de ayuda sonriente y no como una chica que a veces necesita, y quiere, que alguien la abrace y le diga que es humana y que por ello la ama, pero no, crecer no me dio ese beneficio.
Hoy, a menos de tres juras de cumplir 16 años, aún tengo miedo. Tengo miedo de crecer y peder la imaginación, las ganas de soñar y de viajar a mundos que solo existen en mi cabeza, algunos en mis escritos.
Tengo miedo de no ser la chica que esa niña espera, tengo miedo de que esa niña tuviera presente que yo nunca cumpliría sus sueños.
Para mi crecer es una bendición porque es un nuevo momento en el que estoy viva, pero es mi mayor temor porque es lo que me recuerda que no puedo tardar mucho en realizar esos sueños.
Felices casi 16 a mí.
05/12/2021.