La tercera vez que te vi -qué también fue la penúltima- comprendí enseguida que tu forma de reír iba a suponer un serio problema, y tus dos ojos cafés, otros dos.
Pero yo no iba a tener tanta suerte: tengo lunares. No sé cuantos, ni quiero saberlo porque tiendo a sumar un problema por cada lunar.
El amor me hizo una mala jugada porque eso que llame amor se escapo hacia ti, riendo a carcajadas, saliéndose de mi control. Ahí comprendí que lo único qué pasa cuando alguien te rechaza es que la vida sigue con una incertidumbre menos. Echando de menos lo que pudo haber sido, que casi parece que fue.