Aquellas almas grandes que tuvimos
y estas de ahora, iguales y distintas,
siguen ardiendo y consumiendo vida.
Ardientes almas nuestras...
ávidas, delirantes, violentas, vengativas,
tenaces, hechizadas, sedientas,
con sus flamas en rojo, negro y blanco,
en gris, en amarillo y en violeta,
-iris y fuego-
sometidas al viento ineluctable,
al incendio...
Con cauda de cometas locos,
con colas y con crines de caballos apocalípticos
para imponer el miedo.
Ah! nuestras almas jóvenes!
aquellas que tuvimos y tenemos,
fieles a la gran aventura irreversible de la vida
y al signo irrevocable del acontecimiento,
siguen viviendo
a través de la sangre inextinguible,
en hélices y elípticas,
en el misterio.
Almas rudas,
flagrantes y filudas
como lanzas de acero.
Nuestras almas de ayer, de nunca y siempre,
ígneas, incandescentes, implacables,
ultravioletas, ultrarrojas, ultrasolares,
ardiendo...