Paul Auster confiesa: «Escribir, en cierto sentido, es una actividad que me ayuda a aliviar la tensión de esos secretos sepultados. Recuerdos ocultos, traumas, cicatrices infantiles... es evidente que las novelas surgen de una parte inaccesible de nosotros mismos. Los escritores integran una pequeña fraternidad de hombres y mujeres solitarios, enclaustrados y maniáticos, que pasamos casi todo nuestro tiempo encerrados luchando por colocar las palabras en una página. Es algo demasiado arduo, demasiado mal pagado, demasiado lleno de decepciones, para que, de otro modo, por una razón distinta, alguien acepte su destino».