Isabele suspiró. Y en ese suspiro se fueron muchas ilusiones. Ilusiones que, como las trillizas, fueron obligadas a dormir eternamente. Isabele deseaba pasear por las calles de su alma mater. Correr por los campo, desahogar su garganta cantando música campera, hablar con su vecino y reunirse con su familia; así como en los tiempos de antes. Pero recordó que los tiempos cambian, algunas veces para bien otras tantas para mal. Isabele conservaba ese espíritu jíbaro que se llevaba antes, desde el nacimiento hasta la muerte. Y volvió a desear lo inalcanzable. Deseaba ver un pueblo unido, y personas que conservaran, al menos un poco de pudor. Todo se volvía más inalcanzable cada vez, mientras Isabele, nadando contra la corriente, trataba de evitar lo inevitable.....
Marimar!