Yo no soy tú, pero llevo tu nombre.
Soy la versión que te hubiera gustado ser, si no te hubieras dejado llevar por el miedo.
Porque yo, sí me quedé con Max.
No lo dejé ir cuando me miró por primera vez como si nunca hubiera visto el cielo tan de cerca, no le dije que no cuando me pidió que confiara en nosotros, ni huí cuando su ternura me desarmó ni cuando su deseo me hizo temblar.
Tú, en cambio, sí lo hiciste.
Elegiste lo cómodo, lo correcto, lo aprobado. Te envolviste en una historia escrita por otros, por el deber, por la tradición. Y en el proceso lo dejaste ir a él... el chico que te amaba con cada célula de su alma, a quien no le quedó más que aprender a sonreír sin ti.
Te perdono, ¿sabes? Porque alguna vez, también me sentí como tú. También sentí el vértigo de imaginar una vida con él, la incertidumbre de si el mundo nos aceptaría. Pero aún así, lo elegí. Lo elegí con el corazón desbocado y la piel ardiendo, los silencios entre nosotros llenos de significado ante la certeza de que el mundo no se detendría aunque lo eligiera a él por encima de todo.
Pero no todos tenemos el valor de perseguir nuestra felicidad, no todos somos lo suficientemente valientes de amar a otro hombre en un mundo que exige máscaras.
Yo sí lo tuve, y por eso Max duerme cada noche abrazado a mí, diciendo mi nombre entre suspiros y sabiendo que, si extiende su mano, siempre me va a encontrar.
Tú elegiste otra vida... bien por ti. Sólo te pido una cosa: no lo mires más con esa nostalgia que no supiste defender cuando él aún te esperaba, ni lo sigas recordando en secreto mientras acaricias manos que nunca te harán estremecer como las suyas.
Atentamente Sergio Pérez, desde una realidad donde Max y yo nos elegimos todos los días.