Es algo tarde y aunque me prometí haber estado dormida hace más de hora y media, decidí mejor compartir esta pequeña, pero conmovedora experiencia:
Llegué a casa justo poco después de mi madre. Hambrientas y con platos pendientes nos pusimos a pensar en una manera de resolver el asunto de la cena y la organización de la cocina. Madre me dió la opción de cocinar, y tal vez por impulso o por escapar del deber de lavar platos di un paso adelante para ser yo la cocinera de esta noche.
Con un poco de ingenio y creatividad pude conseguir unas entomatadas. Por primera vez en mucho tiempo pude disfrutar de la cocina: uno de mis amores fallidos.
Disfruté cada parte del proceso, incluso hasta el más simple.
El oír chillar la cebolla picada me causó paz y placer, así como el rostro iluminado de mi madre y una gran sonrisa dibujada en su rostro cansado y apenas con signos de la edad mientras ella comía y compartíamos nuestros días.
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