Se trata de disfrutar el proceso, de aprender a caminar junto a alguien, de crecer con sus luces y sus sombras. Porque cada encuentro deja una huella, y cuando somos capaces de aportar algo al crecimiento del otro, por más pequeño que sea, todo destello de paz, inspiración o ternura trasciende y se convierte en un acto de vida con un valor invaluable y eterno.