Hace no mucho tiempo, yo era una persona más del montón. No sabía adónde dirigirme, a quién dirigirme. Me encontraba perdido en el mar de la vida urbana porteña. Me sentía cada vez más perdido y, como resultado, me encerré en mi burbuja personal. No quería tener que ver con nadie que no fuese mi familia o unos pocos amigos.
Sentí que perdía mi razón de vivir. Empecé a despreciar poco a poco al arte. En realidad, me daba envidia que los demás sí se expresaran y fueran libres mientras yo no encontraba la salida del hoyo en el que estaba. Pero entonces, mi profesora de Lengua y Literatura enseñó a mi aula una película: La Sociedad de los Poetas Muertos (1989). Al principio, sólo la vi porque la primera vez que mis papás me la habían mostrado me había parecido buena.
Sin embargo, algo cambió en mí ese día. No fue como la primera vez, Necesité una segunda, en las circunstancias correctas, para sentirme terriblemente identificado con Neil Perry. Al igual que yo, el era alguien con sueños, deseos, una promesa de vida que le había presentado el profesor Keating. Y quiso cumplir su sueño de ser actor, pero se lo impidieron.
Esa escena, me llegó al corazón. Me di cuenta de que así no es como quiero que acabe mi vida: en un sueño frustrado.
Conforme mi profesora nos presentó el tópico de "carpe diem" con la película, leíamos poesía y algo era diferente. Antes, la poesía me parecía compleja e inentendible, no me gustaba.
Pero ahora, veía algo ahí. Empecé a dejar mi idea de los poemas de lado y comencé a verlos por adentro. Algo había cambiado en mí, y la idea de hacer mi propia poesía, incluso mis propias obras literarias apareció en mi mente. Ya no me parecía insulso, me parecía bello.
Así que decidí probar a hacer poesía e incluso algún día hacer cuentos o hasta una novela completa.
En fin, estos son mis pensamientos. No hace falta que alguien lo lea. Al fin y al cabo, la literatura es para uno mismo. El mostrárselo al mundo ya es otra dependencia.