Ayer casi no la cuento, gente. Todos los días tomo micro después de mis clases, ayer crucé tranquila al paradero, y cuando quise parar el carro que usualmente tomo, pasó de largo a una velocidad tremenda (algo que la verdad no me pareció tan fuera de lo común porque es pan de cada día acá en Lima). Renegué y todo porque tuve que comerme otro semáforo para que vuelva a pasar otro de la misma línea, pero les juro que se me bajó al toque cuando vi a ese mismo micro unas 30 cuadras más arriba, estrellado contra un restaurante en una esquina de la avenida.
Se llevó de encuentro un árbol, un poste de luz, se chocó con otro micro; fue horrible. Un muerto y 31 heridos, lo sentí como si hubiera esquivado una bala. No vuelvo a decir que quiero morir nunca más, porque después de haber estado tan cerca de que se haga realidad, el escalofrío que se siente es, literalmente, de otro mundo.