Ella escribe porque le gusta, porque se siente bien plasmar algo de su propia creación. La satisfacción, emoción y ganas la dominan cuando mediante horas de dedicación y suspiros de dudas compone cada párrafo. Es curioso que nazcan más de 5 mil palabras en media hora en ocasiones, para que luego en otras ni en un mes logre moldear esta breve frase que acapare aquello que desea resaltar a como de lugar. ¿Frustrante, alarmante, gracioso? Ha. Ahí vamos otra vez. 

Ella eligió ese nombre de usuario en esa app de ícono naranja en honor al suyo real, letras, iniciales de nombre y apellidos, cifras, en alusión al aniversario de nacimiento. Su hermana la introdujo allí, y ella no encuentra palabras adecuadas para relatar lo cundido de emociones que está su trayecto, en su inmensa mayoría cálidas, demasiado resplandecientes a causa de un profundo significado. 

Personas comentan opiniones desagradables sobre su hogar naranja. Ella aprendió a educar su temperamento al respecto y apelar en calma, con las palabras precisas. Triste resulta que algunos desconozcan lo atrayente de la mera noción de la existencia de tesoros en el pantano. 

¡Ella navega! ¡Mira! ¡Ahí está su bote! No es muy bonito a la vista, pero, hey, súmate, cómodo está. La marea de letras no se recorrerá sola. Las páginas no merman hoy. Ella disfruta. Su ánimo se vuelve una montaña rusa en este mundo tan peculiar, pero ella, aunque a veces se desprende de remos y timón, no deja de navegar. 

Como contribución y remedio personal, quiere escribir algo que provoque fuertes emociones en ambas partes; en ella, como intento de escritora, en ellos, como lectores. Quiere escribir algo que se recuerde inevitablemente en el pasar del tiempo, donde dichos despertares reluzcan en el recuerdo con la misma intensidad que la primera vez. 

Le gusta la ropa de invierno y con una pomposa bufanda marrón-vino da calor a todo aquello que apacigua sus tormentosos sentimientos. Me dijo, hay lugar para ti.