Me quedé sin aliento, apenas consciente de nada más que de ti. La forma en que tus labios buscaron los míos me hizo sentir como si el mundo entero se hubiese detenido para dejarnos solos en ese instante. No supe si eran los nervios, la emoción o la mezcla de ambos, pero todo mi cuerpo respondió a ti con naturalidad, como si siempre hubiese estado esperando este momento. Cuando tus manos me sujetaron, me sentí seguro en ese abrazo que pedía silencio y entrega. Y en el roce de tu boca contra la mía entendí que lo nuestro no era un simple juego, sino una verdad que había estado ardiendo bajo la superficie desde aquel primer encuentro. Me quedé observándote por un momento, con una sonrisa que no pude ocultar, y susurré apenas audible: —Si esto es un recuerdo, entonces quiero vivirlo contigo una y otra vez.— Y sin esperar respuesta, fui yo quien se inclinó, buscándote de nuevo. Nuestros labios volvieron a encontrarse, con más hambre, con más certeza, sellando lo que ya no necesitaba palabras.