—Oh, qué conmovedor. Una mortal intrigada por mi existencia, qué novedad. —Sus garras se extendieron apenas, brillando con un destello afilado—. Pero permíteme advertirte algo, criatura imprudente. —Se inclinó levemente hacia adelante y su voz descendió un tono, cargado de veneno dulce. —Si intentas tocar mis orejas, tendré que decidir entre desgarrarte los dedos o maldecirlos para que se marchiten como pétalos envenenados. Y créeme, soy un demonio de decisiones rápidas—. Luego, con un bufido altivo, se sentó y comenzó a acicalarse. —“Bienvenido, pequeño”, dices y luego quieres acariciarme. Qué curioso… No recuerdo haber pedido hospitalidad.