SoyHermesOlympus

SoyMauveCastellan

Hermes lo besaba como si el mundo no pesara.
          Como si besar a Mauve fuera tan natural como volar o mentirle a los dioses. Las bocas se encontraban una y otra vez, y los dedos de Hermes viajaban por la cintura de Mauve con una suavidad que hacía que el aire temblara. El calor entre ellos era eléctrico, lleno de ese impulso adolescente de querer más, de explorar con hambre, de sentirlo todo por primera vez. Y entonces, la mano de Hermes empezó a bajar, curiosa, cariñosa, deseosa. Mauve se tensó. El latido en su pecho cambió de ritmo, se volvió apurado, desordenado, mezclado con un miedo que conocía demasiado bien. Agarró la muñeca de Hermes con firmeza, deteniendo el movimiento justo a tiempo. Hermes levantó la cabeza, confundido al principio, con los labios todavía hinchados de deseo.