Es… No sé cómo decírtelo sin ponerme roja, pero llevo tiempo… ¿Recuerdas cuando fui a tu casa con chocolate y cervezas? Ese día no podía dejar de pensar en lo bien que te verías y en lo ansiosa que me pondría escucharte hablar o siquiera que me toques amistosamente. Pensar en ti me generaba un revuelo de emociones y eso no cambió desde ese día porque, de hecho, se agravó. Todo lo que sentía por ti en un principio se expandió, Matt, porque has logrado ocupar todo pensamiento y cada suspiro mío. Cuando estoy en el mercado, cuando ensayo las líneas, cuando hago deporte. Te adentras en mi mente en todo momento porque me gustas, y pensarte se convirtió en mi pasatiempo favorito estos últimos meses.
Me gusta ver tu ilusión cuando me explicas sobre futbol aun sabiendo que no entiendo nada, las expresiones que pones cuando comes tu comida favorita o lo detallista que eres. De hecho, me gusta todo eso. También tu boca, tus ojos, tus manos, tu voz. Dios, me gustas mucho. Me gustas por todo lo que eres y todo lo que conozco de ti, Matthew. No hay día que no pase pensando en cómo haces que mi corazón lata de felicidad cuando me miras en el set o cuando intercambiamos palabras en entrevistas. Yo– Me gustas. Mucho. Demasiado. Sólo eso.