Ophelia es la hija menor del orgulloso linaje Greengrass. Hermana de Daphne y Astoria, siempre fue “la chiquita” de la familia. Bajita, de voz suave, con ese rostro de muñeca antigua —cabello castaño siempre prolijo, ojos turquesas que parecen atravesarte y pequitas delicadas que solo se notan cuando se ríe—, pero detrás de esa imagen perfecta, hay una mente afilada como una daga en terciopelo.
Desde pequeña entendió que en su mundo no bastaba con ser buena: había que parecerlo todo el tiempo. Aprendió a manejar silencios, a leer gestos, a usar su dulzura como escudo y su ternura como arma. Es mimada, sí —nadie niega que la adoren en su casa— pero también es profundamente sola. No confía fácil. No muestra lo que duele.
Está de novia con Corbin Travers, otro sangre pura, de familia aliada. Su relación es fría, funcional, con alguna pasión esporádica, pero más bien vacía. Corbin es distante, la ignora, la hace sentir insuficiente incluso sin decir nada. Y aunque ella se esfuerza por convencer a todos (y a sí misma) de que están bien, en el fondo… se siente como un florero carísimo, mirado pero no querido.
El único que la conoce de verdad —el único que la vio siempre— es Theodore Ross, su mejor amigo desde que tienen memoria. Con Theo jugaba en los jardines de la mansión familiar, lo acompañaba a buscar criaturas en los márgenes del Bosque Prohibido, le confiaba cosas que a nadie más se atrevía a decirle.