Aun así, siguió las reglas, convencido de que cumplir su trabajo era la única forma de mantenerse a salvo… o al menos, de no empeorar las cosas.
Su risa nerviosa y sus pausas incómodas se convirtieron en su sello personal. Intentaba ayudar, aunque sus advertencias siempre llegaban a medias, como si temiera decir demasiado. Al final, Ralph terminó siendo otra víctima del turno nocturno, dejando atrás su última grabación: una mezcla de miedo, resignación y disculpa.