SoyMotkaVyrubov
el fuego pareció quedarse incrustado en su garganta, el dolor era sofocante. las cenizas resecaron sus cuerdas vocales y el calor heló irónicamente sus lágrimas antes de que pudieran siquiera brotar. el nudo en su estómago se revolvía a cada paso que daba, cada vez más tenso: dejar atrás el palacio en el que había pasado gran parte de su vida era, en la mayoría de las ocasiones, un deseo a cumplir. en este caso, dejar su hogar se sentía como regalárselo a un intruso. salvo que su hogar no era el palacio en sí, sino quienes estaban dentro: athena y erik, ¿cómo iba a saber si estaban bien si los dejaba atrás y accedía a irse con ella? ¿cómo iba a ayudarlos si se iba con ella? ¿cómo...? se detuvo frente un árbol. el bosque cubría sus cuerpos, como un manto que acoge dos pequeñas figuras entre sus grandes hojas, protegiéndoles del calor de las antorchas y el olor a la sangre... aunque él apestaba. allí, sumidos en la oscuridad de la noche y alumbrados por apenas un claro de luna, las estrellas titilaron. «la mujer de la luna está viva», pensó. podía sentirla tras su nuca, como un hilo enredado en su palma; tiraba de él. el pacto seguía su curso mientras ambas partes estuvieran ahí para sujetarlo, es decir, hasta que uno de los dos pereciera. sus cortes, la sangre que irrumpía su pálida tez y la mezcla del camín ajeno con el propio junto a la tierra y el polvo no se comparaba con el malestar que se acumulaba en su pecho. tenía pólvora en las entrañas, si seguía caminando algo iba a romperse, mas no por estar herido, sino por el incesante vaivén de sus pensamientos y emociones. estaba exhausto, y por unos momentos, ninguno de los que conocía le parecio humano. —ravnis. —llamó, fue casi un gruñido pronunciado a duras penas entre dientes. era incapaz de identificar sus emociones y diferenciarlas entre sí. la mujer que lo había salvado figuraba como una vieja amiga. —no voy a seguir.
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es una característica humana que cuando nos enfrentamos con nuestros problemas personales, las cosas más profundamente íntimas son las que mejor resisten el examen de nuestra lógica. tendemos a buscar las causas a nuestro alrededor, acusando a todo y a todos, salvo la cosa bien real y profundamente enraizada en nosotros —tú. —¿era rabia lo que escupió, gutural, o era un berrinche? ¿era un grito en el abismo de su tristeza, o una forma de renegar la pérdida de sus seres queridos? —tú llevas todo este maldito tiempo en el palacio... —gruñó, aunque su tonada se asemejó a un sollozo. —podrías haberme matado y en cambio me salvaste. —trataba de comprender todos los hechos; ponerlos en su lugar. —pero no voy a seguir contigo, no sin ellos. —mordió con fuerza su labio inferior, agrietado, y la sangre amenazó con brotar de este. —no me importa morir, tengo que saber que están bien.
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negó varias veces con la cabeza en una desesperación que era incapaz de balbucear. el abrazo de la joven fue lo más cercano a un refugio que pudiera tener en ese entonces. apenas podía ver, pero ahí la encontró, exacto. la guerra le había arrebatado todo a ambos, y al final del día, no eran más que dos jóvenes, obligados a crecer realmente rápido, levantando una extraña amistad. apretó la mandíbula con fuerza; le dolería la cabeza después. —no puedo irme. —ni quiero hacerlo. ravnis era esbelta, grácil, hábil, su cabello ondulaba negro como un cuervo, y aquella chica que se había encargado de coserle era ahora quien le salvaba la vida. no podía odiarla; nunca pudo. —no, no, no. —volvió a negar, el tartamudeo con el que tiritó su garganta fue alarmante. —gracias por... ayudarme. —masculló, entre dientes. —pe-pero tengo que volver. —una iracunda tristeza se abría paso en sus entrañas. —por favor, por favor, ravnis... —jadeó. —...vete tú. —fue casi una orden desubicada. —escóndete, ve a buscar a lunnaris y váyanse. yo tengo que encontrar a athena, y a erik. —insistió, la etérea eternidad de dos almas afines cae como dos copos de nieve.
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motka no pudo ver las huellas de lágrimas en sus mejillas. agua perteneciente a los muertos: un rastro de estalactitas limpiaron su rostro de tierra y sangre, se fundieron con el ardor de su piel, mas él ni siquiera sintió el llanto. en cambio, sintió una punzada de dolor, como si la presencia de ravnis lo hubiera despertado de nuevo de su pequeño trance, inmóvil, hundido en un blanquecino mar helado; desafiante ante el gigantesco y centenario árbol frente a él. «este árbol durará más de lo que yo lo haga», se dijo: «más de lo que lo hará athena, más de lo que lo hará erik. la naturaleza es injusta». el verde de su mirada la escudriñó, pero lo que reposaba tras el color de sus ojos ya no era una rivalidad hostil, sino un agradecimiento fundido con el dolor de un luto que no estaba preparado a llevar. debía de comprobar si seguían vivos. debía de hacer todo lo posible por enterrarlos o morir con ellos, ahí, desamparado en una ignorancia tortuosa, se encontraba con una amiga. —no. —se apresuró, fue capaz de notar la forma en la que su voz empezaba a quebrarse. —no voy a seguir. —repitió, enfrascado en un temblor incesante. el brazo que rodeó su cuerpo, aparentemente frágil, se le antojó cálido. los acontecimientos se agolparon en sus ojos y con ello trajeron unas lágrimas amargas, el enrojecimiento de sus escleróticas llevaba dos nombres y el peso del mundo (su mundo), tras la espalda. terminó por encogerse en si mismo, sus manos se cerraron en torno a su propio estómago y reprimió todo tipo de malestar físico: podría vomitar ahora mismo, seguramente estaría sangrando.