/ Amonet no se volvió de inmediato. Se limitó a dejar que el silencio respirara entre las columnas, como si el templo mismo le advirtiera del visitante diminuto escondido entre sombras—. Si sigues conteniendo el aliento así, pequeño… —dijo al fin, con una calma que resonó suave por toda la sala, una pequeña broma al sentirle escondido—. Terminarás mareándote. —giró apenas el rostro hacia el pilar donde él se ocultaba, lo suficiente para que sus ojos lo encontraran sin dificultad—. Puedes salir, Saahir. —lo nombró sin vacilar, sin darle oportunidad de fingir sorpresa. No había reproche, solo una certeza que envolvía como un manto tibio—. No estás perdido… no mientras estés aquí. Te preguntabas a dónde habías llegado, ¿verdad? —extendió una mano hacia él, paciente, invitándolo a acercarse—. Este no es el templo de tu padre… pero no tienes nada que temer. —una leve sonrisa suavizó su expresión, apenas un destello—. Yo te estaba esperando, aunque tú aún no lo sabías. ¿Quieres que te muestre el camino… o prefieres explorar un poco más conmigo?
