La existencia de Sally se sumió en la monotonía, aprisionada bajo la tutela de la hechicera que, por supuesto, le negaba el solaz de aventuras exteriores. En consecuencia, sus jornadas transcurrían inmersas en la lectura o en vanos intentos de asistir a la bruja en la confección de sus pócimas, aunque tales esfuerzos resultaran infructuosos en su mayoría. Sin embargo, de este periodo grisáceo, emergió una fascinación exquisita por los cuarzos, siendo los tintados de rosa sus predilectos, cual joyas etéreas que iluminaban su existir.
Simultáneamente, germinó en su ser un afán culinario, donde hallaba deleite en la creación de postres, ya fuera para mitigar el estrés que la aquejaba o para exaltar su regocijo. Este pequeño deleite gastronómico, cual fragancia de especias y esencias, perfumaba su vida con destellos de dulzura y destreza, revelando que incluso en la opresión, Sally hallaba refugio en los matices vibrantes de los cuarzos y los aromas que emanaban de sus creaciones culinarias.