—El pelinegro no hizo ademán de detenerlo, pero tampoco lo dejó ir sin peso. Su silencio no era indiferencia, era cálculo. Miró cómo la mochila se revelaba vacía, como si el día ya hubiese hablado demasiado para ambos. Luego dijo:
—La dicha de meterse en lo que no corresponde… solo ocurre cuando lo que sí corresponde está en peligro. Así que gracias por tu entrega, Wally. Y por el titubeo.
Se levantó con lentitud, como si su cuerpo supiera que la próxima decisión no venía del sobre, sino del eco que Wally había dejado. Guardó el mensaje sin abrirlo en un cajón, como si conservar la duda fuera más útil que resolverla enseguida.
—Hoy no debe repetirse lo que no se ha dicho —repitió para sí, como si fuera una consigna. Luego encendió una lámpara lateral, no para leer, sino para que la luz marcara la entrada del siguiente visitante… o del siguiente recuerdo que exigiera ser revisado.
Y mientras el telégrafo en el fondo seguía su zumbido, Dick murmuró apenas:
—A veces el cartero es el primer testigo, y eso lo convierte en algo más que mensajero. Pero no todos se dan cuenta.