El hombre apareció con calma, como quien ya ha estado en demasiadas habitaciones parecidas. Llevaba la chaqueta medio desabotonada, una mano en el bolsillo y una expresión fácil de leer… si uno supiera leer entre líneas.
Se detuvo frente a la persona, ladeó la cabeza con interés genuino y le ofreció una sonrisa lenta, algo torcida. De esas que no se aprenden, simplemente se tienen.
Me dijeron que hay que dar la bienvenida por aquí… y bueno, me pareció una buena excusa para ver si encontraba a los míos -comentó, tendiéndole la mano con una naturalidad casi perezosa-. Pero no te me escapas tú tampoco: bienvenido.
No se movió enseguida. Se quedó allí un momento más, estudiando al otro con mirada atenta, como quien escucha más de lo que deja ver.