A veces me siento pequeña.
Como si fuera solo una gota más en un mar lleno de voces hermosas,
de poemas perfectos, de escritores que ya saben volar.
Y yo, apenas aprendiendo a no hundirme entre mis propias palabras.

Me miro escribir y me pregunto:
¿será suficiente?
¿Será que alguien, alguna vez, verá en mis letras lo que yo intento dejar?
¿O me perderé entre tantas otras que también sienten, que también sangran,
que también lloran tinta y amor?

Porque sí...
sé que hay tantas personas que escriben bonito,
que acarician el papel con versos que parecen milagros.
Y yo me siento pequeña.
Como si mis palabras fueran solo susurros en un cuarto lleno de gritos que brillan.

Pero hay algo que no me deja rendirme:
mi verdad.
Porque nadie ha sentido lo que yo sentí exactamente como yo lo sentí.
Porque nadie ha amado como yo, ni ha temblado como yo,
ni ha llorado escribiendo una línea que nadie más verá.
Eso es mío. Eso soy yo.

Y aunque el mundo tenga mil poetas,
yo sé que hay alguien -una sola persona tal vez-
que un día va a leerme y va a decir:
"Así me sentía... pero no sabía cómo decirlo".

Y entonces entenderé que no era insignificante,
que no era una más.
Era necesaria.
Era la voz que faltaba para que alguien más se sintiera menos sola.

Por eso escribo.
Por eso no me apago.
Porque aunque me tiemble el alma y me duelan las comparaciones,
yo sé que en mi voz hay algo que no existe en ninguna otra.
Y eso...
eso basta