Toda mi vida me han hecho creer que soy muy difícil de amar, como si llevar tormentas en el pecho
fuera un error y no una forma de existir.
A veces también lo creí.
Creí que mi rareza era un castigo, que mi caos era demasiado para alguien que solo buscaba calma, que mis palabras se enredaban como raíces entre piedras, buscando vida donde no lo había.
Me dijeron que era compleja, que las preguntas que hacía tenían más filo que respuesta, que los libros que leía y la música que soportaba eran abismos que nadie quería cruzar.
Así crecí, como algo que no encaja, como un poema mal entendido en un idioma extraño, como una voz que habla cuando todos callan, una sombra que nunca deja de moverse.
Así crecí, sin nadie que se atreva a quedarse, sin manos dispuestas a sostener el peso de todo lo que soy y de lo que nunca seré.