A veces creo fui inventado para amarte y condenado a seguir existiendo sin ti. Porque, aunque te fuiste, aunque tu ausencia se ha vuelto una sombra constante que perturba mi mente, todavía ardes en mí como un fuego que nadie ve. No hay día que no te evoque, no hay noche en que no escuche en el silencio el eco de tu risa, ni cama que no conserve la memoria de tus caricias.
Los recuerdos no se han ido. Siguen vivos, nítidos, como si el tiempo se negara a borrarlos. Aún siento tus labios en los míos cuando cierro los ojos, y las promesas que aún gritan entre susurros que huelen a piel y a eternidad rota, allí todavía existes como una fotografía que sangra en las paredes de mi memoria. Las canciones que nos dedicamos siguen sonando en mi mente con una claridad dolorosa. No hay música que no me lleve a ti, no hay melodía que no me rompa en al recordarme lo que fuimos y lo que dejamos de ser. Y sigo aqui, después de estos años, viviendo como si no te esperara, pero esperándote en secreto cada vez que cae la noche. Como un faro encendido para barcos que ya naufragaron.
No sé si tú también recuerdas. No sé si al escuchar una melodía, al ver una noche estrellada o ver otros ojos sientes un estremecimiento que te lleva de vuelta a mí. Tal vez no. Tal vez tu corazón ha seguido otro rumbo, con otros besos, con otras promesas que no me incluyen. Pero yo sigo aquí, cumpliendo lo que alguna vez juré: amarte hasta el final. Y si algún día mi pecho deja de alzarse con el aire, si mis ojos se cierran para siempre, sabrás que nunca dejé de amarte. Que te amé en silencio, a través del tiempo, del dolor, de la incertidumbre. Que incluso con el corazón roto, elegí seguir siendo tuyo. Porque tú sigues siendo el huracán que me desordena y la calma que nunca más encontré porque hay amores que no mueren, solo se visten de ausencia.