Dejar de escribir es callar con injusticia las voces que merecen ser escuchadas. Los gritos caóticos dentro de un alma infinitamente herida que se consuela con los versos que derrama con sublime dolor  y melancolía. 



Escribir es revolución, es un acto violento. Es la respuesta a un mundo sintético, famélico y ordenado. La revancha de los enfermos, la reivindicación de los  que mueren bajo la indiferencia de la normalidad; de los marginales que han sido clasificados en los libros de psiquiatría y que reciben toneladas de litio para encajar en la sociedad.  



Escribo desde ese margen, desde la esquina de la habitacion oscura,  desnudo y sin trabas de ética y diferencias entre el bien y el mal.